El sacerdote misionero Rigoberto Colunga relata las limitaciones del comunismo a la evangelización
Durante 20 años como misionero en Asia, el sacerdote mexicano Rigoberto Colunga ha vivido de primera mano lo que supone practicar clandestinamente la fe en una dictadura comunista, la dificultad de adaptarse a una cultura completamente distinta o la "noche oscura" que puede significar para un misionero ver su labor reducida a la intimidad.
Formado en el seminario de San Luis de Potosí, su primera inquietud por la vida misionera surgió en su preparación sacerdotal, al conocer al sacerdote Jesús Contreras, MG, que le impulsó a poner en práctica esta vocación. Tras trasladarse a los Misioneros de Guadalupe en Ciudad de México y asumir que sería misionero, tenía claro que su destino debía ser "un lugar de evangelización fácil, como Kenia o algún otro país de África".
Por eso, en un principio, recibió como un mazazo la decisión de sus superiores de enviarle al Seminario de Kwanjiu, en Corea. Allí permanecería unos 15 años con algún viaje esporádico y otros 5 en la China comunista, hasta que regresó a México en 2021 para dedicarse a la labor pastoral universitaria y académica.
Lo que encontró en su primer destino fue una parroquia joven, si se la compara con la media de Occidente. En una de sus conferencias explicó que una de sus dedicaciones fundamentales fue enfocarse en la pastoral infantil, adolescente y juvenil, colaborando en su discernimiento. No le faltó trabajo: solo en su primera parroquia el grupo de catecismo semanal superaba los 200 niños y los jóvenes y adolescentes implicados "de modo directo" en actividades parroquiales eran más de100.
Él mismo admite que, aunque extenuante, su primera experiencia en Corea fue "de fogueo", como si se estuviese preparando para su próximo destino en la China comunista, que distaba de ser todo lo "fácil" que en un principio buscaba. Su encargo, abrir una nueva experiencia misionera como Misionero de Guadalupe.
Un sacerdote disfrazado de profesor
En una reciente entrevista concedida al programa Al Aire de Formar Apóstoles, destacó que, al contrario que en Corea del Sur, "en China todo era muy adverso, el sistema limita el trabajo evangelizador determinando qué sí y qué no [puedes hacer] y todos los aspectos de la vida ordinaria de la persona". Unas limitaciones que también afectaron a su labor misionera en la Iglesia clandestina, vaciada de medios e infraestructura a favor de la llamada Iglesia patriótica.
Cuenta que, como misionero, su trabajo se limitaba en muchas ocasiones a la propia experiencia de vida con los católicos clandestinos, pasando a ser un posible objetivo más de las autoridades.
"No podía manifestarme ante los demás como sacerdote ni como católico. Era lo que no era, asumí una personalidad que no era la mía, en el sentido de que tenía que presentarme como profesor de español o estudiante de chino y como sacerdote no podía celebrar Misa en público", afirma.
Una de sus labores fue "tender puentes" entre sacerdotes y representantes de la Iglesia clandestina y la patriótica, pero era "paradójicamente" en la clandestina en la que más se sentía él mismo. "Ellos vivían la misma situación de opresión o persecución que yo, ahí vivíamos la fe refugiándonos en otros lugares que no eran bellos templos o edificios, sino en bodegas, en el campo o en una casa a escondidas. Los lugares van variando, no puedes establecer un lugar físico por los riesgos", relata.
La persecución de las autoridades del gobierno comunista chino a las misas clandestinas no es menor. Como informamos recientemente en Religión en Libertad, hay ciudades que ofrecen recompensas económicas de hasta 160 euros a quienes informen de la celebración de estas misas.
Experimentando "el vacío de Dios" en la clandestinidad
Precisamente esta dificultad extrema para vivir la fe abiertamente y en público como sacerdote misionero le terminó llevando a experimentar, "como ser humano, el vacío de Dios, porque no estaba frente a un pueblo, sino que tenía que celebrar solo con las cortinas cerradas para que no me viesen los vecinos".
"¿Qué sentido tenía esto?", se preguntaba. Una pregunta a la que encontró respuesta en una visita del obispo Ramón Castro Castro -actual Secretario General de la Conferencia del episcopado mexicano- con motivo de unos ejercicios espirituales en Hong Kong.
"Él me hizo ver el sentido, que no se trataba solo de vivir la fe en comunidad, sino también en solitario, como los primeros cristianos perseguidos. Aquello fortificó mi fe y mi espiritualidad", afirma el misionero.
El fortalecimiento de la fe ante la dificultad que vivió Colunga fue precisamente lo que observó durante aquellos años en la comunidad clandestina católica.
"Sentirse perseguidos hace que su fe sea más viva, que sea probada, y esto a su vez la refuerza. Cada peligro de ser descubierto intensifica la manera de vivir esa fe. Su forma de vivirla es similar a la de los primeros cristianos, en comunidades de familias, lo que hacen para pasar desapercibidos. Es una fe muy viva, el encuentro no es elaborado sino espontáneo, comparten alimentos y experiencias de fe y vida ordinaria", explica.
Desde febrero de 2022, el sacerdote misionero Rigoberto Colunga (el tercero desde la derecha) se desempeña como director general de Formación Integral de la Universidad Intercontinental de México.
Su satisfacción más grande, contribuir a la unidad
Con todo, también obtuvo frutos y consuelo. Entre ellos, relata que una de sus principales dedicaciones era trabajar con otros clérigos y sacerdotes para "crear puentes y promover la reconciliación" entre la iglesia patriótica, oficial, y la clandestina, perseguida.
"Pude trabajar en el seminario de la Iglesia oficial y logramos que algunos seminaristas de la clandestina, sin formación sistemática, entraran al seminario y se formasen como cualquier otro"; relató. Hacerlo fue precisamente su "satisfacción más grande", al "contribuir a la relación de unidad entre esos dos sectores, donde vieron la constatación de que la Iglesia es universal. Como misionero y extranjero, les di esa identidad al tener que ir creando esos lazos de unidad a través de reuniones espontáneas"
Cómo evangelizar en una dictadura comunista
Pero, ¿cómo evangelizar en un lugar donde está prohibido? Colunga explica que "la prudencia, el perfil bajo o nunca incumplir las normas del país" son principios básicos para poder desarrollar una "labor silenciosa" pero efectiva.
Menciona también el ejemplo de inculturación que ofreció uno de los grandes evangelizadores de Oriente, Mateo Ricci, que logró formar y evangelizar con éxito a través de grupos de estudios. Un caso que "ha ayudado en la actualidad a muchos misioneros de Asia, que realizan su labor desde las academias y universidades, incursionando y contactando con los estudiantes. Yo mismo lo hice dando clases de español, una vez vas ganando confianza con el alumno puedes lanzar el anzuelo y evangelizar", explica.
El papel protagonista de los laicos es clave
Ya hablando de forma más genérica, también de su experiencia en Corea del Sur, destaca el papel protagonista de los laicos a la hora de evangelizar.
En este último país, explica, no fueron tanto los grandes misioneros quienes evangelizaron como los laicos, hasta el punto de que "si la fe en Corea está viva hoy es por la labor evangelizadora" que asumen.
El sacerdote "tiene importancia" pero al asumir un papel protagonista, los laicos hacen que la evangelización sea rápida y eficaz, asegura. En su caso, al ser el responsable de un mercado en Kwanjiu, recuerda como su papel se limitaba a ser un "pastor de almas" que acompaña, pero eran los propios cristianos los que al ser bautizados "se convierten en evangelizadores y así es como crece la Iglesia".
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