Madrileña del Camino Neocatecumenal
Maite junto a sus diez hijos tras el fallecimiento de Félix, su marido |
Victoria Serrano / Buena Nueva 10 abril 2016
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Nota de ReL:
Maite Dávila es una madrileña que lleva ya más de un cuarto de siglo
como familia en misión en Japón junto a su marido Félix, que murió en
2004, y sus diez hijos. Esta feligresa de la parroquia de San Roque del
barrio de Carabanchel fue una de las primeras familias del Camino
Neocatecumenal que el Papa san Juan Pablo II envió en misión por el
mundo. Pese a haberse quedado viuda no ha acabado ahí su misión y
decidió quedarse en el país asiático para seguir haciendo presente a
Jesucristo entre los japoneses.
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¿Cómo conociste el amor de Dios en tu vida?
Crecí creyendo que en mi relación con Dios yo tenía
que ser buena. Pero claro, mi realidad de pecadora me lo impedía y eso
me hacía estar mal. Cuando a los quince años —y con una situación
familiar especial, ya que mi padre era esquizofrénico—escuché en unas
catequesis que Cristo me amaba como yo era y se implicaba en mi vida, me
impactó. Era el año 1973, en mi barrio de Madrid, que era muy obrero,
los jesuitas predicaban la justicia social, y esto ligaba con mi deseo
de cambiar las estructuras, de ayudar a los pobres… Pero empecé a ver en
mi madre, que también había escuchado las catequesis, un cambio
radical; comenzó a abrir su casa a gente de la parroquia con ideologías
diferentes, entre las que se daba la comunión y el amor, y se apoyaba en
Dios para ser sostenida en el sufrimiento por la enfermedad de mi
padre. Es decir, yo veía dentro de la Iglesia dos diálogos diferentes:
uno te llevaba al enfrentamiento y al justicialismo, y el otro a la paz y
el perdón. En esta nueva comunidad que nació en la parroquia se veía
muy patente el milagro de la fraternidad a pesar de la disparidad
social, intelectual y política. Este amor entre los hermanos y de mi
madre a mi padre —a pesar de lo difícil que era la convivencia familiar—
me hizo conocer también el amor de Dios. Más tarde me casé con Félix y
también he visto el amor de Dios a través de la familia...
¿Por qué os fuisteis a vivir a Japón?
En 1989 nos ofrecimos para marchar como familia en
misión donde fuera. Dios había salvado nuestra vida y nuestro
matrimonio, y por ello, al pedir familias para anunciar el Evangelio
sentimos los dos que en agradecimiento al Señor debíamos responder a esa
llamada. Llevamos veintiséis años en Japón, primero en Hiroshima y
luego cerca de Yokohama. Allí han nacido los últimos cinco hijos. Félix
murió de cáncer en el año 2004.
¿En qué consiste la misión?
En anunciar a Jesucristo a través de la vida en
familia. Los japoneses consideran que se vive mejor en Occidente, por
eso a nuestros vecinos les impactaba que una familia de siete miembros, y
luego los que iban naciendo, se fuera a vivir con ellos en un barrio
culturalmente muy budista. Son muy reservados pero ahí estamos junto a
ellos.
¿Cómo fueron los inicios?
Vas con un proyecto de lo que será la misión y
descubres que el plan de Dios no es el tuyo. Al principio tuvimos muchas
dificultades a nivel práctico, pero el deseo de obedecer al Señor
bastaba para que Él lo hiciese todo. Félix era aparejador, sin embargo,
al no conocer el idioma era casi imposible conseguir un trabajo. Estuvo
trabajando un tiempo de picapedrero… En Hiroshima vivimos siete años y
cuando el Gobierno japonés, por necesidad de mano de obra, abrió las
puertas del país a todos los descendientes de japoneses que después de
la Segunda Guerra Mundial emigraron a América Latina (Perú, Bolivia,
Brasil, Paraguay), un sacerdote italiano misionero nos llamó para
ayudarle en la pastoral de la parroquia de Yokohama, ya que se había
formado una comunidad latina.
Llegasteis con cinco hijos y allí nacieron otros cinco. ¿Cómo reaccionaban ante una familia tan grande?
En Japón solo se tiene un hijo o dos, pero me
sorprendió no recibir oprobios ni por el número de hijos ni por el de
cesáreas. Mis dos primeros hijos nacieron de parto natural pero como en
el tercer embarazo tuve que tomar sulfamidas por la toxoplasmosis, y
ello podía afectar al niño, me programaron una cesárea —entonces no
existían las ecografías y me dieron la oportunidad de abortar
clandestinamente, aunque decidimos seguir con el embarazo—. El niño
nació perfecto. Si llego a abortar no me lo hubiera perdonado jamás.
Después de Pedro tuve dos hijos más con cesárea en España. Cuando llegué
a Japón, embarazada del sexto hijo, obligatoriamente tenía que nacer
por cesárea. Luego tuve tres más y han sido mucho más respetuosos que en
España.
Te han realizado siete cesáreas, ¿eras consciente de que tu vida podía peligrar?
Sí, claro, pero los cristianos sabemos que Dios es
quien da la vida a nuestros hijos, y la apertura a la vida conlleva un
riesgo. Yo soy una persona muy miedosa pero he visto que el Señor
sostiene a los débiles. Así en frío te digo que ni el primer hijo
hubiera podido tener. ¡Precisamente yo, con lo miedica que soy, que me
muero al pensar en un dolor de muelas! Pero es Dios el que me ha dado la
gracia para hacer cosas de las que me sorprendo. ¡Y cómo me ha cuidado!
Para las dos primeras cesáreas que me hicieron en Japón —la cuarta y la
quinta— me administraron una dosis de anestesia insuficiente y tuve
unos dolores espantosos. Para la tercera cesárea en Japón le pedí a Dios
que hiciera el milagro de facilitarme la entrada en un hospital grande,
pues por mi situación de extranjera no tenía acceso. Y así fue: una
feligresa de la parroquia de Gion dio todos los pasos para que me
atendieran en el hospital de la Cruz Roja. Allí me pusieron la dosis que
yo necesitaba.
Y curiosamente ha sido a Félix a quien Dios se ha llevado antes. ¿Cómo viviste la muerte de tu marido?
Así es, yo he arriesgado mi vida y en cambio Félix
ya ha muerto. Dios llama a cada uno en su momento y el mío todavía no ha
llegado. Por mi falta de fe, ¡el Señor necesita seguir trabajándome!
Félix fue consciente de su muerte desde el primer momento y vivía su
enfermedad con mucha naturalidad. ¡Sabía adónde iba! Incluso tuvo el
ánimo de llamar a la imprenta para encargar sus recordatorios. El año
que pasó desde que le detectaron el cáncer hasta que murió éramos como
los tres jóvenes que no se quemaban en el horno, protegidos por la
gracia. Sentimos muy vivas las oraciones de la gente. Que haya sido
enterrado también es alta gracia, pues en Japón todos los difuntos se
incineran. Por diversos factores: la escasez de terreno, el elevado
coste, el temor a las ánimas… la Administración pone muchas pegas para
el enterramiento, y Félix y yo tuvimos que dar bastantes pasos para
adquirir una sepultura. Al final, el sacerdote italiano de Yokohama nos
consiguió una en una pequeña isla. Yo me apoyaba muchísimo en mi marido,
lo idolatraba, y su ausencia me hizo caer en una pequeña depresión,
pero el Señor me rescató. ¡En mi situación, o me agarro a Él o me muero!
Y he visto que, como me dijo un sacerdote amigo, es preferible una
cebolla con Cristo que un manjar sin Él. La cuestión no está en lo que
yo quiero, sino en lo que Dios quiere. Y sé que hacer su voluntad es lo
mejor.
Tenemos una idea del pueblo japonés de estoico, disciplinado, con un alto concepto de la honorabilidad, ¿cómo es su carácter?
Es un país de grandes contradicciones;
tecnológicamente avanzado pero muy tradicional. También son muy
sibaritas y refinados, con lo cual, viven para trabajar y poder
permitirse los caprichos. Es comprensible porque, al no creer en la otra
vida, tienen que prolongar esta lo más posible con el culto al cuerpo,
la vida saludable, los cuidados cosméticos, etc.
¿Cómo viven su religión: sintoísmo, budismo, confucionismo…?
Culturalmente tienen estas religiones muy
arraigadas, aunque luego su vida va por otro lado. En el día a día no
son religiosos ni trascendentes, pero en determinados momentos acuden a
sus dioses —cerca de ocho mil, pues hasta una planta es una deidad para
ellos—, e incluso algunos piensan que pueden reencarnarse en una
cucaracha. Esta es la grandeza del cristianismo, que al ver a Cristo
resucitado no tenemos miedo a la muerte pues sabemos que Él nos espera
en la vida eterna. Sin embargo, el que no quiere conocerlo ni tiene
claro adónde va ni de dónde viene, ¿qué sentimiento de trascendencia
puede tener?
Hay
un suicidio cada quince minutos y dos escolares al día se quitan la
vida. ¿Tanta es la presión social, familiar o educativa que soportan?
Sí, son muy exigentes consigo mismos porque tienen
que dar la talla por encima de todo, ya que se sienten obligados a
salvar el honor de la familia —incluso con el suicidio, como pasaba
antes con el famoso harakiri—. Los españoles, si estamos enfadados o
molestos lo manifestamos sin tapujos, pero ellos lo consideran un signo
de debilidad. No expresan sus sentimientos para no parecer vulnerables.
Llueva, haga frío, calor, estén bien o estén mal, siempre muestran la
misma cara. Es tal el orgullo y la vergüenza que les supone pedir que,
aunque haya pobres, no se ve a nadie pedir por la calle. Y además no
aceptan la caridad de cualquiera. La humillación que les supone saberse
con necesidad les hace conformarse. También tienen muy arraigado que los
trapos sucios se lavan en casa. Un niño no puede cortar una flor en un
jardín público o tirar un papel al suelo, y si lo hace, la madre le
regaña, pero no porque lo ha hecho sino porque le han visto. Está muy
presente en su cultura que mientras nadie te vea puedes hacer lo que te
dé la gana. El error está en que, realmente, actuar así no educa ni
corta la raíz del pecado; solo sirve para dar una imagen. Por eso si te
descubren te hundes. También hay muchos problemas de acoso escolar.
¿Les costó a tus hijos adaptarse a esta sociedad tan diferente?
Los primeros misioneros son los hijos, pues en el
colegio se enfrentan a la cultura tal y como es. A los mayores, Isaac,
María, Pedro y Josué les costó adaptarse. Los compañeros de clase les
hicieron mucho daño: se reían de ellos, les metían chinchetas en los
zapatos… Pero fue un milagro que no se rebelaran. ¡Verdaderamente el
Señor nos ayudó! Dios les inspiró no resistirse a estos sacrificios ni
devolver mal por mal, y eso les salvó, pues con el tiempo dejaron de
meterse con ellos. Además, Dios no ha permitido que mis hijos crecieran
con dolor ni acritud hacia los japoneses ni hacia la misión. Al
contrario, concretamente para mi hija María era un honor sufrir por
Cristo, no un agravio.
¿Aprovechó el demonio ese sufrimiento para hacer que desistierais de la misión?
Ver a los hijos pasarlo mal es peor que sufrirlo
uno mismo. Lo primero que te sale como madre es actuar como una leona
para proteger a tus cachorros. Pero Dios nos sostuvo. A mí, en medio del
dolor, el Señor me ha inspirado tener siempre presente a Esaú y su
desprecio a la primogenitura por un plato de lentejas, y acordarme
también de la elección sobre Jacob. Ante la tentación de volverme a
España me apoyaba más en Dios y en la Virgen. Allí descubrí la
impresionante actitud de María de entrar junto a Cristo en la misión
salvífica del hombre por amor a él.
¿La precariedad económica os desanimaba?
Para nada. ¡Cómo Dios nos cuida! Nos montamos la
casa con muebles de la basura. Era el “boom” económico y la gente las
tiraba no por viejas sino para renovar. Llegaban nuevas familias en
misión y le decían a Félix: “A ver si encuentras una cuna”. ¡Y cuna que
aparecía! Lo que necesitábamos lo encontrábamos, ¡hasta con la caja! Uno
quiso una caña de pescar y al poco apareció una en un contenedor. El
Señor provee de tal forma que inspira a la gente para colmar tus
necesidades y tus deseos. ¡Claro que se puede vivir de la fe, y de tan
poca fe como tengo yo! Tengo que decirle al demonio: “¡Vete de aquí que
tengo memoriales para recordar todo lo que el Señor ha hecho conmigo!”.
Dios rompe los esquemas; mis cinco hijos mayores, que tan mal se lo
pasaron en el colegio, han podido hacer carreras universitarias en
Japón. Y de los cinco que han nacido allí una es carmelita descalza y
otro seminarista.
En una población de ciento treinta millones, menos del 0,5% son católicos. ¿Por qué no prende la mecha del Evangelio?
Es un gran misterio. El mismo San Francisco Javier
lo decía: “En la India pesqué con una red, en Japón pesqué con una
caña”. El hecho de que muchas familias católicas en misión estemos allí
es una muestra de que el Señor ama a este pueblo y desea que sea
salvado. Cristo ha dado también su sangre por Japón y quiere que
conozcan su amor. Ahora, ¿cuándo se producirá su conversión? No lo sé.
Desde luego, ha habido muchos martirios y su sangre ha sido semilla de
nuevos cristianos y el motor para que nosotros estemos allí. En Nagasaki
los católicos son descendientes de aquellos mártires. También muchos
misioneros, después de las bombas atómicas se desplazaron a Japón, y
este donarse de la Iglesia Católica hizo despertar muchas conversiones.
Nada se pierde, pero hoy por hoy no sabemos por qué tienen el oído
cerrado al Evangelio. Por eso, al menos que vean nuestro amor y entrega
hacia ellos por amor a Cristo. Como ha sucedido, por ejemplo, tras el
tsunami, que ninguna de las familias en misión se ha marchado y eso les
ha llamado mucho la atención, ya que ellos, de haber podido, se hubieran
ido lejos. Ahora bien, traspasar ese amor y atraer a todos los
japoneses a Dios es alta gracia, y eso solo está en manos de Dios.
La mies es mucha en Japón, ¿a qué te sigue llamando el Señor allí?
La misión es para uno. Si Dios permite evangelizar,
estupendo, pero sobre todo es para la propia conversión. Yo vivo el día
a día pidiendo a Dios, con temor y temblor, que siga apiadándose de mí
porque me puedo perder y caer en lo que ahora considero inconcebible. Y
me llama a vivir con docilidad para aceptar lo que Él quiera, pues mi
vida no me pertenece a mí sino al Señor. Que hoy estoy aquí, muy bien,
que mañana allá, pues también bien…
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Muy bueno, ¡súper generoso! Yo merecía haber sido
abandonada por tanta dureza, tanta incredulidad, tanta infidelidad hacia
Él y, sin embargo, me ha pagado siempre con el bien: con su amor y su
paciencia. Que todavía me llame, siendo yo puro impedimento, es algo que
me supera y me conmueve. Él sabe lo que está haciendo, desde luego,
pero yo no me escogería. Cada día le digo: ¡Ponlo tú todo, que ya sabes
cómo soy yo!
in
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