Santo Tomás de Aquino, Santa Teresita o San Agustín fueron algunos de ellos
Durante más de tres décadas, la vida de Adam Seiler osciló entre el protestantismo, el ateísmo y el disfrute "sin restricciones" de las disipaciones que el mundo le ofrecía. Educado en el Sínodo Evangélico Luterano de Wisconsin -una denominación conservadora cristiana- desde los 12 años, se formaba con el Catecismo Menor de Lutero y cursó sus estudios en una universidad también luterana.
Allí recibió "una excelente formación" en historia, teología, filosofía y literatura pero, conforme crecía, comenzaron a acosarle preguntas sin respuesta, especialmente en torno a la lectura e interpretación de las Escrituras, el precepto de la Sola Scriptura - la creencia básica de que la Biblia es la única autoridad e inspiración para el Cristiano- o la literalidad casi total de la misma, dificultando en su situación uno de sus mayores intereses, la conciliación entre ciencia y fe.
Por eso le llamó especialmente la atención un libro que recomendaron en sus clases de Filosofía, The Great Conversation, de Norman Melchert.
Allí conoció a San Agustín, quedó asombrado por su interpretación de las Escrituras y empezó a observar como desde la Iglesia católica obtenía muchas más respuestas a preguntas siempre silenciadas en su círculo luterano.
"Al igual que yo, San Agustín tuvo una lucha interna con la interpretación de la Biblia y leer sobre sus dudas me llenó de Esperanza", confiesa.
También quedó impactado por la conversión que suscitaría San Ambrosio de Milán en el santo de Hipona, así como las dotes intelectuales y espirituales del primero. El hecho de que santos así en la Iglesia realizasen "una interpretación alegórica de las Escrituras" le llamó profundamente la atención, haciéndole entender que "uno puede ser un cristiano devoto y discípulo de Cristo y aún así defender la fe con sabiduría e inteligencia".
Los santos eran su "mayor obstáculo"
Mientras tanto, durante todos aquellos años, si bien nunca odió a los católicos, se generó en él cierta aversión e incomprensión ante multitud de "mitos" y mentiras que serían su "mayor obstáculo" para abrirse a conocer la Iglesia.
"Me inculcaron la sensación de que los católicos añadían aspectos innecesarios y dudosos a la espiritualidad cristiana. En lugar de cultivar una relación con Jesús, por ejemplo, los católicos rezaban demasiado a María y a los santos, veneraban más las palabras de un hombre (el Papa) que las palabras de Cristo, y añadían a la fe cosas que no estaban en el Biblia (purgatorio)", enumera.
Pero Adam no fue capaz de resistir un ambiente universitario al que se refiere como "posrrevolucionario". Fue sumido en un mundo que detestaba la mera mención de las verdades espirituales y que estaba entregado al vicio y lo sensible hasta que finalmente se alejó del cristianismo y siguió a la multitud.
"Había abandonado a Dios como el hijo pródigo abandonó a su padre", explica en Catholic Stand.
Hoy, Adam es un fiel católico y devoto de los santos, escritor y profesor de inglés en Texas. En la imagen, con su esposa, Rebekah, y sus hijos Nathaniel y Naomi, una familia conversa gracias a la intercesión de los santos.
Disfrutaba sin límite... pero Santo Tomás estaba ahí
Durante su juventud, especialmente al concluir sus estudios, cayó en la cuenta de que sus conocidos "no actuaban como si de el cristianismo fuese real, muchos evitaban hablar de la fe, tenían relaciones sexuales, bebían demasiado alcohol y se drogaban".
Y él mismo Adam no tardó en caer. "Disfrutaba sin restricciones de las recreaciones que nuestro mundo ofrece. No estoy orgulloso. Como el hijo pródigo, llevé una vida de disipación que duró años", confiesa.
Pero también recuerda algunos "faros" que o bien le mantuvieron en la fe en aquella época oscura o bien se la presentaron.
Uno de ellos fue su propia universidad luterana, donde pudo aprender nociones básicas sobre Santo Tomás. Algo que le permitió, incluso estando alejado del cristianismo, salir en su defensa ante el argumento de que "creer en Dios es lo mismo que creer en Santa Claus".
"Salté en defensa del cristianismo, citando a Tomás de Aquino y su doctrina de que Dios no es otro ser en el universo, sino la fuente del ser mismo. Mi amigo quedó atónito", explica.
El hijo pródigo cooperando con la Gracia
Y pronto se encendió otro faro. Se trataba de Rebekah, una bautista no practicante madre de un niño, Nathaniel.
Con ella Adam compartía sus nociones sobre la fe y el cristianismo, así como las crecientes dudas que crecían en su interior y para las que solo los autores católicos tenían respuesta.
Tras muchos años debatiendo sobre la fe y el catolicismo, "decidimos preguntar sobre RICA (el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos) y poder convertirse a la fe junto a sus hijos".
"Poco después Nathaniel se bautizó y se confirmó, bautizaron a Naomi y Rebekah y yo nos confirmamos y casamos", rememora.
Cuando explica los motivos profundos por los que se ha hecho católico, los resume fundamentalmente en dos, "Gracia y Verdad".
"Dios ofrece Su Gracia a todos, pero debemos cooperar con ella y responder a la llamada de Dios. A mí me ofreció muchas veces la gracia, pero durante años la evité, la ignoré y me apegué a las cosas del mundo. Pero como el hijo pródigo que reconoce su humillación, comencé a cooperar con ella. Le respondí a través de la sabiduría que aprendí de los padres de la Iglesia y los santos, pero también escuchando a los demás", menciona.
"Tremendamente agradecido" a la intercesión de los santos
Sin embargo, el mismo Adam confiesa que aún después de haberse convertido y de pasar a formar parte de la Iglesia, aún permanecían dificultades como la veneración a la Virgen o la devoción a los santos, a los que rechazó durante años.
Cuenta que fueron los mismos santos los que, una vez convertido, acudieron en su ayuda: "Leer las Confesiones de San Agustín y la Historia de un alma de Santa Teresa de Lisieux hizo más profunda mi propia devoción a la oración, la misa y los sacramentos, y pronto comencé a reconocer a los santos como cristianos modelo, las personas que mejor ejemplificaban una vida dedicada a imitar a Cristo".
Una conclusión a la que también llegó por un profundo conocimiento de las Escrituras.
"Empecé a reconocer cómo comparan la buena imitación con la mala imitación. Cristo nos llama a imitarlo en la caridad y la humildad, a tomar nuestra cruz y seguirlo. Por contra, imitándose unos a otros en su odio a Cristo, una turba lo crucifica", explica.
En este sentido, llama a "seguir" a San Maximiliano de Kolbe cuando cambió su vida por un condenado, a la Madre Teresa dedicándose a "los más pobres entre los pobres" o a Santa Mónica, que se entregó en oración a la conversión esperanzada de su hijo, el futuro San Agustín".
Destaca, por último, la oración como algo crítico en la búsqueda de la propia santidad.
"Cuando era luterano, nunca me dijeron que rezara por eso porque ya estaba salvado solo por la fe. A través de mi conversión y crecimiento en la fe, en la vida de los santos y en el estudio de la Teología, he aprendido a rezar diariamente por la gracia de vivir mi fe con caridad hacia Dios y el prójimo. Hoy estoy eternamente agradecido de rezar pidiendo la intercesión de aquellos que oran por nosotros en el cielo", concluye.
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