Kevin ponía a Dios a prueba desde pequeño, hasta que dejó de creer en Él
La relación de Kevin con Dios cuando era pequeño no era precisamente esperanzadora. "No creía mucho, ponía a Dios a prueba", reconoce ahora: "Rezaba pidiendo: 'Dios, si existes, que aparezca una caja de juguetes en mi cuarto'. Y me dormía. Al día siguiente, como no había caja de juguetes, yo era ateo".
Esa lógica infantil se asentó y, en la adolescencia, Kevin ya no era "un ateo amable, sino un ateo furibundo": "Para mí, creer en Dios hoy, con toda la tecnología, con toda la ciencia, era imposible".
En los límites del nihilismo
Ese ateísmo tenía consecuencias para él: "Como mi vida no tenía sentido, como yo no tenía motivación ni objetivo, no iba a clase, no tenía realmente amigos, me llevaba muy mal con mi familia, no sabía qué hacer con mi vida. Estaba perdido, y quizá un poco depresivo".
Cuando llegó a la universidad, llevó al límite su "nihilismo existencial": "Y cuando uno alcanza ese límite, tiene tres grandes opciones. O sigues de forma mecánica, un poco como una máquina, y abandonas toda vida espiritual, toda trascendencia. O pones fin a tu vida. O haces tabla rasa".
¿Cuál fue su opción? "Decidí volver a empezar. Y esta vez lo haría desde el principio, partiendo de la posibilidad de que quizá Dios existe".
De repente, el Evangelio
"A partir de ese momento", continúa Kevin en su relato para Découvrir Dieu, "empecé mis investigaciones en filosofía, en mitología, en diversas religiones. Pasé un poco por todas partes, probé un poco de todo. Y cuando volví a leer el Nuevo Testamento (porque ya lo había leído por primera vez en clase de Religión), lo leí con el corazón tal vez un poco más abierto".
Esa apertura fue real, porque le lectura dio frutos. "Me quedé impactado por la Palabra de Cristo", reconoce, "por lo que decía, porque yo veía la verdad y lo comprendía todo. Era como si Dios se me revelase a mí. Todas las parábolas y enseñanzas de Cristo se me revelaban con claridad. Me dije: '¡Pero si toda la verdad está aquí!' Y me indignaba, diciéndome: '¿Cómo he podido no ver que todo estaba aquí?'"
Y ahora ¿qué hago?
Eso le sirvió a Kevin para saber, por fin, dónde estaba: "Me di cuenta de que yo era cristiano. Pero me dije: 'Vale, soy cristiano, y ahora ¿qué hago?' No conocía a ningún cristiano, no tenía ninguna cultura cristiana. Busqué en Facebook y encontré un grupo cristiano".
-¿Qué tengo que hacer si soy cristiano? -les pregunté.
-Vete a misa -contestaron.
-No sé... No conozco la misa... Soy tímido…
-Vete a misa -insistieron.
Les hizo caso: "Fui a la primera misa que encontré en mi ciudad. Todo el conjunto, la misa, era claro, todo era lógico. Tuve la impresión de estar exactamente donde debía estar".
Al finalizar la celebración, habló con el sacerdote, quien le invitó a volver y seguir conversando: "Nos volvimos a ver. Hablamos mucho. Yo le conté mi recorrido. Luego conocí a otros cristianos y me invitaron a actividades de la parroquia. Fui a catequesis... y recibí la Confirmación y la Primera Comunión el 8 de mayo de 2010".
Jesús: Dios, maestro, hermano, amigo
"A partir de ahí mi vida cambió", concluye Kevin: "Ahora todo tiene sentido, todo lo que hago tiene una dirección muy precisa, porque Dios me ha revelado a dónde debía ir en mi vida. Así que ya no tengo miedo, ya no tengo dudas. Sé dónde voy y sé qué hago. Ahora sirvo a Dios y vivo para servir a Dios, y eso me alegra porque lo que hago tiene sentido y es algo bueno. Sé que estoy en el buen camino y que hago el bien tanto a mí como a los demás".
¿Quién esa ahora Jesús para él? "Ahora Jesús es mi Dios. Es mi maestro, porque me enseña y me guía y me revela lo que debo hacer. Es también un hermano con quien hablo. Y un amigo a quien me confío".
Publicado en ReL el 3 de diciembre de 2020.
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