Entró en una iglesia abierta a hacerle preguntas a Dios... y a un cura
Anna Marie McGuan entró en 2003 en el Instituto de las Religiosas Hermanas de la Misericordia de Michigan, una refundación modernizada de las Hermanas de la Misericordia. En 2011 profesó sus votos perpetuos. Estudió en la Universidad de la Santa Croce en Roma, también en el Instituto Bíblico Pontificio, sirvió un tiempo en Knoxville como directora de formación cristiana y desde 2020 está en Edimburgo, Escocia, como catequista, a menudo trabajando con jóvenes y también con vídeos de formación espiritual que han ayudado a muchos durante la pandemia.
Nada de todo esto lo podía prever de niña ni en su primera juventud, cuando se consideraba atea.
A los 7 u 8 años, tenía muy claro que quería ser oficial del ejército y estudiar en West Point, la academia militar de élite. "Lo había visto en una postal y me intrigó", recuerda.
Aunque era de familia católica, a los 10 años dejó de creer en Dios por completo. "Odiaba a la Iglesia, y no quería tener nada que ver con ella", dice con rotundidad.
En West Point, la exigente academia militar
Al terminar el instituto, efectivamente logró ingresar en West Point, la famosa academia militar de oficiales. "La formación militar era algo totalmente nuevo para mí. Te machacan, es lo que se espera. Estás en una academia de élite, pero allí todo el mundo es élite, así que no eres especial, y así aprendes a ser un buen soldado", explica.
Oficiales en la academia militar de West Point. Pero Anna Marie se acabaría sumando a un ejército mucho más poderoso y benigno que el de ningún país.
"Fue un buen año en muchos sentidos, y también un año muy difícil. Poco a poco, pero con certeza, me di cuenta de que esa cosa a la que quería dedicar mi vida entera no era lo que se suponía que debía hacer con mi vida. No creía en Dios. Era una época muy oscura", recuerda.
Se hizo preguntas serias. ¿Qué hacer con su vida, en realidad?
"La respuesta mundana es 'lo que te haga feliz, disfruta de los placeres'. Pero algo en mí se rebelaba contra eso, quería comprometerme en algo más grande que yo. De hecho, eso mismo es lo que me había llevado a la academia militar".
Sentía la convicción interior de que ella, y todo el mundo, estamos en el mundo por alguna razón. No sabía para qué. Y era un tormento, porque había hecho cosas que supuestamente la llenarían pero no lo lograron.
Sola en la iglesia, sentada en el último banco
Anne Marie es hoy una entusiasta de que las iglesias estén abiertas. Cree que su vida se encarriló, incluso quizá se salvó, porque pudo entrar un rato a un templo abierto, incluso cuando declaraba no creer en Dios.
Era un viernes por la noche. Ella conducía un automóvil, dando vueltas. Vio una iglesia con un espacio para aparcar. No la conocía. Detuvo el coche, aparcó y se acercó a la puerta, que estaba abierta. "Me senté en el banco de atrás, muy atrás, tan lejos del tabernáculo como pudiera... había tenido formación católica, ¿no?"
Se sentó, miró al tabernáculo y rezó así: "No sé si estás ahí, pero si estás, Dios, me gustaría saber qué hacer con mi vida. Estoy escuchando, quizá por primera vez en mi vida. Por favor, necesito hablar con alguien".
No pareció que pasara nada en ese momento. Ella se preparó para irse, pero vio una luz encendida en el despacho parroquial. Se acercó y encontró un sacerdote. Se asombró al comprobar que ¡lo conocía! Lo había visto 7 años antes, cuando aún iba a la iglesia con sus padres.
Recordaba que había estado en su parroquia en una charla para jóvenes y que había dicho: "Quiero que sepáis que Dios os ama, yo os amo, y queremos que vengáis a misa". (Tiempo después el sacerdote explicaría a Anna Marie que aquella homilía siete años antes le había costado mucho prepararla y era la que más miedo le había dado).
Anna Marie se acordó de aquello y le dijo al sacerdote:
- Padre, hace siete años usted dio una homilía... Si hablaba en serio, estoy aquí ahora y necesito hablar con usted.
Anna Marie le aseguró que le formularía solo tres preguntas y luego le dejaría tranquilo:
Hoy cree que era el Espíritu Santo quien suscitó esas preguntas repentinas en ella. Y de fondo tenía una inquietud: ¿cómo vivir de forma que produzcas lo más bueno, lo más verdadero, y lo compartas con el máximo de personas?
El sacerdote respondió con cierto detalle. Sí, Dios existe, lo sabemos, la fe es razonable y las vías de Santo Tomás son sensatas y lógicas. Sabemos que Cristo existió, predicó y es digno de confianza. Y le dio a la chica un libro para empezar a rezar: El Peregrino Ruso. Incluso le dijo: "Pienso que podrías tener vocación religiosa". Ella pensó: "no, ni hablar".
La vocación: del "ni hablar" al flechazo
A partir de ahí, empezaron a verse cada dos semanas y se convirtió en su director espiritual. ¿Por qué ella accedió volver a seguir hablando? "Supongo que yo quería respuestas a las preguntas más importantes, y no las había encontrado satisfactorias en ningún otro lugar", explicó.
La idea de la "vocación religiosa" le volvió una y otra vez a la cabeza. Ahora que se confesaba, rezaba, comulgaba, la Gracia actuaba en ella con fuerza, toda su vida interior era distinta. ¿Sería verdad que tenía vocación de religiosa?
Su director espiritual le dio un papel con las direcciones de 3 conventos para explorar. Pero ella rompió el papel y se quedó solo con el nombre del primero y le dijo a Dios: "Te doy solo una oportunidad".
Así visitó a las Hermanas de Misericordia un viernes, y "el sábado estaba bastante convencida y el domingo lo tenía clarísimo. Era la fiesta del Bautismo del Señor, no podía ser más perfecto". Así entró en la comunidad.
Cuenta su historia especialmente a jóvenes, para que nadie cierre la puerta a Dios, ni tampoco a una posible vocación consagrada y de intimidad generosa con Dios.
La hermana Anna Marie ha contado su testimonio en la web de su congregación y en el Scottish Catholic.
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