A todos les impresionó la comunidad cristiana
Sesenta norcoreanos fueron bautizados en junio. La mayor parte de ellos sólo supieron algo de Dios y de Jesucristo al huir del país. |
ReL 2 septiembre 2016
El pasado 18 de junio fueron bautizados en Seúl 60 refugiados norcoreanos. Tempi ha
hablado con tres de ellos, tres historias muy distintas que la
Providencia condujo hasta la Iglesia por medio de un sacerdote, el padre Raymond Lee:
Se libró por haber sido policía del régimen Young-ae Kim tenía 25 años cuando, en 1998, escapó de Corea del Norte. Era policía bajo el régimen estalinista de los Kim, pero tras la muerte de su padre, un hombre muy metido en el laberinto del poder comunista, y la grave enfermedad de su madre, directora de un hospital, dejó su trabajo para dedicarse al contrabando. Era el único modo de hacer sobrevivir a su familia. Cuando el régimen la arrestó, sólo las óptimas y numerosas relaciones de la madre con las personas que cuentan permitieron su liberación. Al no poder quedarse en el país, escapó como muchos otros atravesando el río Tumen, frontera natural entre Pyongyang y Pekín, quedándose inicialmente en China. Fue aquí donde por primera vez oyó un discurso extraño, una palabra nueva, un concepto revolucionario: «¿Sabes que existe un ser llamado Dios?». Young-ae no había oído hablar nunca de Él: «No sabía que existía algo llamado Dios». En Corea del Norte, si bien la Constitución garantiza a todos los ciudadanos el respeto de la libertad religiosa, no hay espacio para un culto distinto al de Kim Il-sung, padre de la patria, “Eterno presidente” y abuelo del actual dictador Kim Jong-un. «Mi padre -cuenta a Tempi- era un secretario del partido comunista y mi madre directora de un hospital estatal. Crecí en una familia comunista ferviente hasta la médula. Nunca tuve ni siquiera la ocasión de saber de la existencia de otras religiones o pensamientos que no fueran el comunismo». Por otra parte, «en la sociedad norcoreana, desde los primeros años nos educan y adoctrinan en el culto a la familia Kim. Por esto no hay lugar para Dios». Así, cuando en China oyó hablar de un cierto Jesús, hijo de Dios, muerto en la cruz para la salvación de todos los hombres, «pensé que era algo que no tenía que ver conmigo». Cuando por fin completó su huida, llegando a Corea del Sur, el encuentro con el padre Raymond Lee la hizo cambiar de idea. Hoy Young-ae Kim tiene 43 años y el 18 de junio se bautizó, entrando en la Iglesia católica con el nombre de María. Un acontecimiento singular Ese mismo sábado, en una iglesia moderna llena de gente, en Banpo 4-dong, en la capital Seúl, otros 59 norcoreanos que han huido del régimen como ella fueron bautizados por el padre Lee, siendo admitidos así en la Iglesia católica. Tres han aceptado contar su historia a Tempi, con la condición de omitir muchos detalles que podrían poner en peligro su seguridad.
El bautismo de sesenta personas es un acontecimiento raro en Seúl, sobre
todo si son norcoreanos y si entre ellos, como afirmó el padre Lee en
la homilía, «hay personas que han estado encarceladas; algunos han sido obligados a mirar mientras asesinaban a sus padres.
Habéis pasado por dificultades de todo tipo y tenéis una gran necesidad
de amor. Yo os deseo lo mejor ahora que habéis renacido en el amor de
Dios. Rezo por vuestra felicidad».
Pero, ¿cómo se puede hacer conocer a Dios a personas que no han oído hablar nunca de Él, que han sido educadas toda su vida en el olvido y en la fe ciega a una divinidad terrenal? El padre Lee, que desde el mes de octubre de 2015 enseñó el catecismo a los sesenta norcoreanos una vez a la semana, ha tenido que usar también el lenguaje político y militar para ellos tan tristemente familiar: «¡Si os bautizais perteneceréis al partido católico y no al partido comunista!». «Una comunidad que vive junta» Keum-ho Yoo, de 43 años, bautizado como Pedro, entiende bien este lenguaje. En Corea del Norte era un soldado y como los otros «no creía en Dios porque no tenía la más mínima idea de que existiera Dios». En su familia y en el colegio recibió una rígida educación atea y en su país, del que escapó en 1998 cuando tenía 25 años porque «estaba harto del régimen», nunca conoció a un cristiano. Sólo sabía una cosa acerca de la religión: «Quien cree en una religión puede ser fusilado». También él oyó hablar de Jesús por primera vez en China, a un pastor protestante surcoreano. Sin embargo, este extraño Dios nunca despertó su interés, hasta que le ayudó: «He escapado tres veces de Corea del Norte. Las dos primeras fracasé, me descubrieron en China y me repatriaron», dice a Tempi. «Estaba realmente desanimado, por lo que la tercera vez decidí rezar. No lo había hecho nunca antes e, increíblemente, mi intento de fuga fue un éxito. Es mérito de Dios si conseguí escapar, este es el motivo por el que me he convertido al catolicismo». El camino no ha sido ciertamente sencillo. «A causa de mi educación y tradición, muchos conceptos me resultaban abstrusos. Ha sido difícil», continúa. Pero cuanto más escuchaba el catecismo, más se convencía de que este era el camino para él. «Fue un amigo el que me invitó a ir a la iglesia por primera vez. Lo que más me ha impresionado de los católicos es que son una comunidad que vive unida. Para mí esto es verdaderamente hermoso. Toda mi conversión ha sido un camino de amor que me ha llevado a Dios y hoy la fe me permite vivir en paz conmigo mismo y tener esperanza en la vida. Espero que también el pueblo norcoreano pueda un día vivir libre y en paz». Por ahora no hay señales positivas en este sentido. El dictador Kim Jong-un sigue llevando adelante una retórica guerrera, acompañada por tests nucleares y lanzamiento de misiles. Y la "batalla de los 200 días", lanzada en junio por el régimen para mejorar las prestaciones económicas del país, corre el riesgo de traducirse en meses de agotadora movilización para los ciudadanos, tanto desde el punto de vista del trabajo físico como desde el punto de vista ideológico, con sesiones de crítica y autocrítica fijados cada día a las cinco de la mañana. ¿El catolicismo? Una droga A pesar de todo esto, se ha hecho un pequeño paso hacia adelante en las relaciones con la Iglesia católica. Del 1 al 4 de diciembre de 2015, cinco obispos y numerosos sacerdotes viajaron a Pyongyang para hablar con las autoridades del país.
Aunque en Corea del Norte ya no hay sacerdotes, Open Doors sostiene que los cristianos presentes en el país son por lo menos cuatrocientos mil, y en aumento. Según Ayuda a la Iglesia Necesitada, los católicos podrían ser diez mil sobre un población de veinticuatro millones de habitantes.
El padre Agustín Lee, director del Departamento para las Comunicaciones de la Conferencia Episcopal coreana, prefiere ser más cauto y, aunque hace la premisa de que «no conozco el número exacto de católicos», cita estimaciones que hablan de «800 fieles», en su mayoría «bautizados por laicos». La delegación tenía que discutir sobre la condición de la única iglesia católica existente aún en el país, la de Jangchung, construida en 1988 y ahora seriamente dañada. Muchos la consideran una falsa iglesia para que los turistas crean que existe la libertad religiosa, pero está consagrada. Nadie celebra misa en ella, pero un laico guía la liturgia de la palabra. Una encuesta de las Naciones Unidas sobre la violación de los derechos humanos en el país ha confirmado que «quien practica la religión es perseguido como un criminal» y el cristianismo «es comparado con la droga, los narcóticos, el pecado y la invasión capitalista». Según muchos expertos, en los campos de exterminio aún abiertos, entre las casi doscientas mil personas podría haber hasta seis mil cristianos. La fuerza de perdonar De este mundo es de donde escapó, en enero de 2014, Sehyon Ahn, de 26 años, bautizada con el nombre de Ángela. Estudiante, atravesó el río Tumen «con la esperanza de estudiar música libremente», explica a Tempi. Al contrario de los otros, «aunque no conocía a Dios, siempre he creído en su existencia y de vez en cuando le rezaba». Oyó hablar por primera vez de Jesús en las películas y en los libros. Más tarde, un amigo que conoció en Corea del Sur, en Hanawon, centro de apoyo para los refugiados norcoreanos, «me llevó a una iglesia católica, donde decidí convertirme». Lo más difícil para ella era «creer en un Dios invisible» y sólo gracias «al encuentro con el padre Lee decidí abrazar la fe». Para Ángela fue fundamental «la respuesta de Dios a mis oraciones más sinceras y puedo decir que mi conversión ha sido un camino de alegría, porque ahora soy verdaderamente feliz y me siento en paz. Increíblemente, me parece que todo esté yendo bien». Ángela, como Pedro, ha estado «enfadada con Dios» y le ha preguntado «el porqué» de tanto sufrimiento causado por una vida vivida bajo el puño de hierro de un régimen. Y la vida en Corea del Sur, en uno de los países más individualistas y tecnológicamente más desarrollados del mundo, a menudo no ayuda porque «yo aprecio que aquí cualquiera puede ganarse la vida y llevar una existencia mejor, pero no me gusta el excesivo individualismo y egoísmo». En un lugar tan radicalmente distinto a Corea del Norte, María ha encontrado su casa: «La conversión ha sido como un camino en busca de mi casa. Don Lee ha estado cerca de mí como un padre y me ha prometido que la Iglesia sería mi nueva casa». Así ha sido y la ex policía del régimen ahora «está impresionada por la comunidad de amor que es la Iglesia. No había tenido nunca el deseo de servir a los otros; ahora sí y este es el cambio más grande que la fe ha producido en mí». María Kim, Ángela Ahn, Pedro Yoo, junto a los otros 57 bautizados, «son ahora discípulos de Cristo y jugarán un papel fundamental en la difusión misionera del Evangelio en Corea del Norte», dice de ellos el padre Lee. Nadie puede prever cuándo sucederá esto. Cuando «Corea del Norte abra las puertas y la reunificación se convierta en realidad», admite Ángela. «Yo espero que esto suceda pronto». Pero ese día, ¿no se correrá el riesgo de que la rabia por una juventud quemada por los crímenes de un régimen inhumano prevalezca sobre la alegría? «No», responde la estudiante. «Porque a través de la oración he encontrado la fuerza de perdonar». Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
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