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quinta-feira, 15 de junho de 2017

Legalizar el suicidio asistido lanza a las personas discapacitadas la idea de que su vida nada vale

Los argumentos de Zachary Schmoll, él mismo en silla de ruedas

Zachary Schmoll reivindica el valor igual de toda vida humana, también la sometida a discapacidades como la suya propia.
15 junio 2017


Zachary D. Schmoll, estudiante de doctorado en Humanidades en la Faulkner University de Alabama, alienta un blog de apologética, Entering the Public Square, donde busca aportar la visión cristiana a los grandes debates contemporáneos. Recientemente escribió un artículo en The Public Discourse que, en esa misma línea, cuestiona los argumentos más corrientes a favor del suicidio asistido, y aporta su propio testimonio como persona que necesita ayuda para las tareas cotidianas y una silla de ruedas para desplazarse.



El suicidio asistido le dice a la gente como yo que nuestras vidas no merecen ser vividas
Como hombre con una minusvalía física, necesito mucha ayuda para realizar gran parte de las actividades diarias básicas. Sigo considerándome un pensador independiente, pero mi independencia física está muy limitada debido a mi debilidad muscular severa. Necesito ayuda para conducir, para vestirme, para prepararme las comidas y para realizar otras tareas diarias. Para mí, esto es la vida. Para muchos otros, este nivel de dependencia es motivo para tomar en consideración acabar con su vida.

Zak Schmoll asume su situación de dependencia y busca sacarle el máximo partido a cada dia y a cada oportunidad.
En un estudio de 2005 publicado en el Journal of General Internal Medicine, sobre 35 casos individuales de personas que estaban considerando seriamente el suicidio asistido, 23 de los pacientes querían acelerar su muerte debido a una pérdida en las funciones corporales. Veintidós de estos pacientes lo deseaban porque habían perdido el sentido de sí mismos como personas, mientras que 21 pacientes tenían miedo de cómo sería su futura calidad de vida y su muerte. Para poner este número en contexto, sólo 14 de ellos querían acabar con su vida debido al dolor o a los efectos colaterales del tratamiento del dolor. En cambio, las razones a las que más se alude para pedir el suicidio asistido están relacionadas con la cuestión de la dependencia y la independencia. Nuestra sociedad nos dice que la autonomía es lo que hace que la vida valga la pena ser vivida. Cuando estos pacientes empezaron a perder sus funciones corporales, se les dijo que estaban perdiendo su identidad y su calidad de vida.

Personalmente, como individuo con una minusvalía, creo que tengo una muy buena calidad de vida. Tengo un trabajo que me gusta, tengo amigos a los que me gusta ver, practico un deporte que me gusta y estoy preparando mi doctorado. Tengo una vida plena y disfruto de lo que hago. Por lo tanto, no es sorprendente en absoluto que tenga una alta calidad de vida, a pesar de que tengo menos independencia que la mayoría de las personas. Hago lo que me gusta y estoy agradecido por ello.

Zachary Schmoll, a la derecha de la foto, de verde, juega una modalidad de fútbol para silla de ruedas.

Sin embargo, mucha gente que está en mi situación no disfruta de su vida. Incluso si pudieran, por ejemplo, jugar a fútbol en silla de ruedas eléctrica, como hago yo, seguramente no lo disfrutarían. En lugar de estar agradecidos por la habilidad para practicar un deporte, tal vez sólo verían lo que no pueden hacer, centrándose sólo en lo diferente que es del fútbol que una persona con todas las funciones corporales intactas podría practicar. Obviamente, la calidad de vida se puede ver afectada por la percepción de la propia situación. Debido a mi deseo de disfrutar de la vida, no tomo en consideración la posibilidad del suicidio asistido. Sin embargo muchos, como los del estudio antes mencionado, son propensos a esta elección fatal porque sienten que su vida ya no vale la pena ser vivida. Estas personas sienten que su vida es de inferior calidad porque han perdido su independencia.


¿Qué perspectiva debería reforzar nuestra sociedad?

Mejor muerto que minusválido
Legalmente, el gobierno tiene dos posibilidades de elección.

Las leyes que prohiben el suicidio asistido fomentan una visión del mundo que dice que hay valor en la vida y que ésta no debe descartarse basándose en la percepción subjetiva del individuo sobre su situación. Estas leyes nos enseñan que nuestras vidas tienen un valor objetivo, incluso si nosotros no reconocemos nuestro propio valor. Y enseñan a todos a ayudarnos a encontrar el valor de nuestra vida, y a disfrutarla.

Pero al legalizar el suicidio asistido, afirmamos algo muy distinto. Entonces las leyes comunican la idea de que el suicidio puede ser una elección razonable, moral y socialmente aceptable, porque algunas vidas ya no tienen valor. El suicidio está prohibido en todas las otras circunstancias, por lo que manda el mensaje que la mayoría de las vidas tienen valor por lo que deben ser protegidas por la ley, incluso cuando la persona no vea ese valor. Sin embargo, en algunas circunstancias y, concretamente, cuando una persona pierde su independencia, esta protección no se aplica. Legalizando el suicidio asistido la sociedad está afirmando que es mejor estar muerto que ser minusválido; que es mejor estar en la tumba que vivir con una independencia reducida. Este mensaje se envía tanto a gente minusválida como yo, como a todos los que interactúan con nosotros.

Obviamente, éste es un paso aterrador para personas como yo. Al legalizar el suicidio asistido, nuestros líderes políticos están diciendo que si alguna vez tuvieran que vivir una vida como la mía, querrían tener la oportunidad de acabar con todo. Quieren tener la capacidad de "morir con dignidad". Esto plantea la seria cuestión de cómo perciben ellos mi vida. ¿No estoy viviendo con dignidad porque me falta independencia física? ¿Hay un vínculo inevitable entre dignidad y fuerza física? Parece que los defensores del suicidio asistido piensen que lo hay.

Esta perspectiva ha penetrado en nuestra sociedad. Consideremos el caso de Randy Stroup. En 2008 se le diagnosticó cáncer de próstata. Al no tener en esa época seguro médico, se dirigió a la sanidad pública del estado de Oregón para que cubriera los gastos de la quimioterapia. La quimioterapia es cara y Stroup recibió una carta que denegaba su petición. Pero el estado estaría dispuesto a pagar su suicidio asistido. Aparentemente Stroup tenía tan pocas posibilidades de mejorar que el estado de Oregón decidió que no valía la pena proporcionarle el tratamiento.

Randy Stroup: matarle resultaba más económico que paliar su enfermedad.

Debemos centrar nuestros esfuerzos en favor de la gente con enfermedades terminales y, así, mejorar los cuidados paliativos y la atención en centros especializados, y no para asistirlos en sus suicidios.


Por suerte, por ahora no tengo personalmente unos gastos médicos enormes. No necesito ningún medicamento que me salve la vida. Sin embargo, mi minusvalía es debida a una atrofia muscular, por lo que mis músculos son cada vez más débiles. Como Stroup, no mejoraré. Es una minusvalía progresiva que permanecerá siempre, incluso si se trata con medicación para que mantenga o mejore de manera temporal mi fuerza.

Este hombre, Stroup, fue considerado no merecedor de recibir el tratamiento -su vida no era merecedora de ser preservada-, porque no se iba a recuperar de su enfermedad. Su vida perdió su valor porque tenía una condición de minusvalía. De repente, el suicido se convirtió en una elección aceptable. Si Stroup no hubiera tenido la firme voluntad de vivir, tal vez hubiera aceptado la valoración que el estado daba de su persona. Tal vez hubiera aceptado la decisión del estado de que ése era el momento adecuado de acabar con su vida.

Construir una cultura de vida
Afortunadamente, aunque soy minusválido, el suicidio no me atrae en absoluto. Tengo suerte: tengo autoestima y disfruto mucho con mi vida. He sido bendecido de muchas maneras y tengo muchas razones para querer seguir viviendo tanto como pueda. He aceptado mi minusvalía y la dependencia que conlleva. No soy público objetivo para el suicidio asistido.

Sin embargo, es natural que la persona que está perdiendo su independencia luche con un sentimiento de autoestima e identidad, y que la invadan pensamientos depresivos y negativos. Es normal preguntarse si la vida puede ser tan buena como lo era antes. En respuesta a estas preguntas, lo que hacen los defensores del suicidio asistido es reforzar estas dudas, de tal modo que las implicaciones sean mortales. Les dicen a las personas como yo que como hemos alcanzado un cierto punto de minusvalía, enfermedad o limitación, podemos tirarlo todo por la borda. Nos dicen con dulzura: "Ciertamente, entenderíamos que usted no quiera vivir. Porque nos preocupamos por su dignidad, queremos que tenga la oportunidad de matarse, visto que claramente su vida ya no tiene valor".

Mucha gente habla sobre la cultura de la vida en relación al aborto; pero hay que aplicarla también a lo relacionado con el fin de la vida. En lugar de afirmar que el suicidio es lícito cuando uno se enfrenta a una situación de minusvalía, es en estos tiempos de vulnerabilidad cuando debemos recordarnos los unos a los otros que nuestras vidas son siempre válidas, a pesar de -o, tal vez, a causa de- nuestra dependencia de otros.

Traducción de Helena Faccia Serrano.


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