Cincuenta mil personas escucharon al Papa en el Velódromo de Marsella
En su último acto de su viaje a Marsella, Francisco ofició misa en el Velódromo ante más de cincuenta mil fieles. Una cantidad similar le saludó durante el recorrido por las calles de la ciudad desde el arzobispado hasta el estadio del Olympique, donde pronunció una homilía de corte espiritual, distinto a las inquietudes en torno a los movimientos migratorios que centraron su intervención en los Encuentros Mediterráneos de la mañana.
Tras la celebración, el cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella, le dirigió unas palabras de agradecimiento por la visita, a las que respondió el Papa con unas palabras en las que evocó, tras pedir respeto para la "dignidad de los trabajadores", la figura de Jacques Loew (1908-1999), quien fue "el primer sacerdote-obrero de Francia". El padre Loew, dominico, fue ordenado en 1939 y en 1941 empezó a trabajar como estibador en el puerto de la ciudad, hasta que en 1954 el Papa Pío XII puso fin a esta experiencia.
Estremecimiento y exultación
En su homilía, Francisco recordó los movimientos de San Juan Bautista en el seno de Santa Isabel ante la llegada de la Virgen María (al modo en el que el rey David danzó ante el Arca de la Alianza) para expresar que en ambas primas "se revela la visita de Dios a la humanidad: una es joven y la otra anciana, una es virgen y la otra estéril, y sin embargo ambas están encinta de un modo 'imposible'. Esta es la obra de Dios en nuestra vida: hace posible aun aquello que parece imposible".
Francisco reza tras la misa ante la imagen de Notre Dame de la Garde, patrona de Marsella, a la que pidió "que vele sobre vuestra vida, que cuide a Francia, que cuide a toda Europa, y que nos haga exultar en el Espíritu".
Fue su introducción a las ideas de "estremecimiento" y "exultación" en torno a la cuales giraron sus palabras: "El que cree, el que reza, el que acoge al Señor exulta en el Espíritu, siente que algo se mueve dentro, 'danza' de alegría... La experiencia de fe genera ante todo un estremecimiento ante la vida. Exultar significa ser 'tocados por dentro', tener un estremecimiento interior, sentir que algo se mueve en nuestro corazón".
"Es lo contrario", añadió, al corazón "aburrido" y "frío" que "se blinda en la indiferencia y se vuelve impermeable, que se endurece, insensible a todo y a todos, aun al trágico descarte de la vida humana, que hoy es rechazada en tantas personas que emigran, así como en tantos niños no nacidos y en tantos ancianos abandonados".
Cinismo y tristeza
Es lo que amenaza a "nuestra sociedad europea": "El cinismo, el desencanto, la resignación, la incertidumbre", de las que surge "un sentido general de tristeza".
Por el contrario, "el que es generado en la fe reconoce la presencia del Señor... se siente acompañado y sostenido por Él.... El que cree exulta, tiene una pasión, un sueño que cultivar, un interés que impulsa a comprometerse en primera persona... Quien es así sabe que el Señor está presente en todo, llama, invita a testimoniar el Evangelio para edificar con mansedumbre un mundo nuevo, a través de los dones y los carismas recibidos".
La experiencia de la fe provoca también "un estremecimiento ante el prójimo". Francisco pidió recordar que Dios "nos visita con frecuencia a través de los encuentros humanos, cuando sabemos abrirnos al otro, cuando hay un estremecimiento por la vida de quien pasa cada día a nuestro lado y cuando nuestro corazón no permanece indiferente e insensible ante las heridas del que es más frágil".
Un momento de la misa, tras la cual Francisco agradeció la "calurosa acogida" de las autoridades y de los marselleses.
"Aprendamos de Jesús a conmovernos por quienes viven a nuestro lado", pidió el Papa en consecuencia.
"La Iglesia, Francia, Europa necesitan esto", concluyó: "La gracia de un estremecimiento, de un nuevo estremecimiento de fe, de caridad y de esperanza. Necesitamos recuperar la pasión y el entusiasmo, redescubrir el gusto del compromiso por la fraternidad, de seguir corriendo el riesgo del amor en las familias y hacia los más débiles, y de reencontrar en el Evangelio una gracia que transforma y embellece la vida... Queremos ser cristianos que encuentran a Dios con la oración y a los hermanos con el amor; cristianos que exultan, vibran, acogen el fuego del Espíritu para después dejarse arder por las preguntas de hoy, por los desafíos del Mediterráneo, por el grito de los pobres, por las 'santas utopías' de fraternidad y de paz que esperan ser realizadas".
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