A pocos días de que Francisco comience su próximo viaje a Mongolia este 31 de agosto, Revista Ecclesia informa de esta realidad eclesial a través de uno de estos protagonistas, Gilbert B. Sales ,hoy presidente de la Universidad Saint Louis en Filipinas.
Cuando llegó junto a sus dos compañeros el 10 de julio de 1992, la emoción y el peso de la responsabilidad les invadieron al ser los "pioneros" en evangelizar el país desde la misión recién abierta.
"Nos sentimos muy bendecidos por ser elegidos por el papa Juan Pablo II para la misión. Evidentemente, también notábamos el peso de la responsabilidad, ya que era un lugar nuevo para nosotros", admite.
La Iglesia también era nueva para Mongolia. Recién caída la Unión Soviética, Mongolia dejó de recibir su apoyo económico y la pobreza se generalizó.
"Fue cuando la Iglesia católica se hizo presente ayudando a los más pequeños y vulnerables. La Iglesia católica en Mongolia funciona bajo la Congregación del Inmaculado Corazón de María. A través de la misericordia de Dios, pudimos superar todos los desafíos y limitaciones que experimentamos a la hora de transmitir al pueblo mongol el mensaje de salvación de Dios", explica el sacerdote.
Su papel fue desde ese momento "hacer un poco de todo" y ejerció tanto de párroco, formador y director del Verbist Care Center como a visitar las calles llevando comida y bebida a la gente.
Evangelizar un país sin iglesias ni bautizados
Pero, ¿cómo evangelizar un país inmenso en el que no existen católicos nativos? Sales explica que todo comenzó con reuniones en domicilios privados o en su propia casa hasta que lograron construir la primera parroquia del país, cuatro años después de su aterrizaje.
"Entonces, 150 mongoles católicos asistieron a la inauguración de la primera iglesia católica del país: la catedral de San Pedro y San Pablo. Monseñor Padilla se desgastó por completo, se entregó por completo para evangelizar al pueblo de Mongolia", relata.
El sacerdote no esconde que fueron años de arduo trabajo, pero que recuerda "con mucha gratitud. Siempre doy gracias a Dios por permitirnos al padre Robert y al difunto obispo Wenceslao experimentar este viaje misionero con el pueblo mongol, que consideramos nuestra segunda familia, nuestro segundo hogar. Luchamos mucho, pero también sentimos la inmensa protección y el amor de Dios por nosotros mientras cumplíamos con los deberes misionales de cuidar a su pueblo".
Pasados treinta años de su llegada, el sacerdote misionero recuerda como emoción al primer bautizado mongol, "un niño adoptado por una pareja de ciudadanos ingleses al que pusieron el nombre de Peter. Cantamos juntos el Magnificat: era una obra de Dios que se estaba realizando".
Si tuviese que quedarse con un recuerdo de su etapa misionera en Mongolia, afirma sin dudar que este sería el de la gente. "Sobre todo de los niños", explica, que le ayudaron a ver el "sentido y significado" de su vida como misionero.
"Contribuyeron mucho en mi formación como instrumento de Dios para llevar a todos su mensaje de salvación. Cuando me encuentro con estos niños de la calle, que ahora tienen éxito profesional y han formado sus propias familias, me siento enormemente agradecido al Señor. Todos estos años con ellos fueron muy significativos, ya que fui testigo de su crecimiento y formación como los ciudadanos de la futura Mongolia", explica.
El padre Sales abandonó Mongolia en 2005 cuando la comunidad católica mongola contaba ya con más de 300 personas y la misión se está expandiendo incluso más allá de la capital, Ulán Bator. Ahora, con motivo de la visita del Papa Francisco, regresará al país con profunda gratitud. El sacerdote misionero concluye destacando la hospitalidad y fácil trato del pueblo mongol, confiando en que el Papa "recibirá una cálida bienvenida".
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