Este sacerdote comparte en un best-seller lo que hace que una parroquia no sea evangelizadora
2 junio 2018
“Tras treinta años de servicio, de repente lo dejo. Dejo mi actividad como párroco, dejo mi servicio activo en la diócesis de Münster. He pedido la dimisión y he abandonado el campo que ha configurado durante décadas mis días, mi vida, mi persona”. El padre Thomas Frings fue párroco de la ciudad de Münster, Alemania, explica el periodista Gelsomino del Guercio, en Aleteia. Y ahora ha decidido dejar la parroquia y tomar un tiempo de reflexión en un monasterio, desanimado por lo que él considera el “esfuerzo inútil” de una “pastoral esclerótica e inadecuada”.
Tras su decisión, escribió un texto, “¡Correcciones de ruta!”, que difundió entre sus fieles, y un libro Così non posso più fare il parroco (Ancora editrice) en el que motiva cuidadosamente su decisión. Este libro se ha convertido en uno de los más vendidos en Alemania.
Padre Thomas hace una lista de una serie de cosas que no funcionan en la Iglesia alemana, pero que pueden referirse a cualquier otra iglesia del mundo. Problemáticas que alejan a la gente y debilitan a la institución eclesiástica, haciéndola extraña a los ojos de muchas personas. Son estas:
1) Basta de discusiones estériles en los consejos parroquiales
Otro error que hace poco atractiva a la Iglesia son las discusiones que a menudo se repiten en los organismos parroquiales.
“¿Qué impresión tendría un no creyente o una persona de otra religión si participase en las discusiones de los consejos parroquiales, en los que se negocian los lugares y horarios de nuestras celebraciones? Cuando se regatea una media hora antes o después, cuando se antepone el trabajo en el jardín, la transmisión deportiva, dormir hasta hartarse, tiempo libre, costumbres y comidas, antes que hablar del significado de la celebración de la muerte y resurrección de Jesús”.
Padre Thomas se pregunta: “¿Cómo puede brotar de la misa luz y alegría, esperanza y convicción, cuando ya no es más importante que un desayuno tardío o que un partido de fútbol entre el Colonia y el Bayern de Munich? ¿Cuándo hemos olvidado que es la forma más alta y la fiesta suprema de nuestra fe? Mientras sigamos ofreciendo esta fiesta como cerveza agria y pongamos todos nuestros deseos por encima de ella, será una celebración triste. De hecho, a nadie le gusta la cerveza agria”.
Protesta de unos 'feligreses' ante el obispo por el cambio de párroco
2) Cambiar sí, pero sin herir sentimientos
Una reflexión que el sacerdote alemán repite a menudo en su libro es que hoy a muchos sacerdotes les cuesta comprender el contexto en que se encuentran, y la distancia con sus fieles aumenta.
“A veces participo en celebraciones litúrgicas al final de las cuales me pregunto si seguiría yendo a esa iglesia –observa Padre Thomas-. Al final de la misa me siento verdaderamente ‘despedido’ en el sentido literal de la palabra. A veces, aunque sea como fiel, salgo de la celebración eucarística y no sé si debería sentirme enfadado, triste o incluso afectado. No siempre esto depende del celebrante o de la homilía; a menudo depende del cuadro en su conjunto”.
Si por ejemplo se quieren cambiar costumbres y tradiciones, antes de hacerlo hay que tener en cuenta la sensibilidad de los fieles.
“Un compañero contó visiblemente conmovido que le hicieron una amable advertencia después de su primera misa en la parroquia. Un hombre se le acercó y le dijo: ‘Padre, en nuestra parroquia tiene que distribuir la comunión más despacio. Nosotros tomamos siempre mucho tiempo para comulgar”. La advertencia y su formulación decían mucho de la atmósfera que reinaba en la celebración eucarística y en la relación existente entre las personas de esa comunidad. Además, aquella advertencia cayó en un terreno dispuesto a recibirla”.
3) La promesa bautismal no mantenida
“Prometemos educar a nuestro hijo en la fe”. Quien haya participado una sola vez en un bautizo conoce esta frase. Y muchos la han pronunciado personalmente, de forma más o menos consciente.
Hoy la crisis de la fe, sobre todo en los más jóvenes, depende mucho de la lejanía de las familias, que han arrinconado la promesa hecha en el bautismo. Dejar al hijo privado de educación cristiana animada por valores sanos es una de las plagas desencadenadas por la laicización de la sociedad.
“Me encontré una vez ante una pareja que había dejado la iglesia –lamenta el Padre Thomas– e incluso con un padrino no bautizado. La pareja motivaba su deseo de bautizar al hijo sólo por la posibilidad de tener un sitio en el kínder y después poder ir a una escuela diocesana. No bauticé al niño, pero los padres encontraron a otro sacerdote, y quizás este encontró buenas razones que a mí se me escapaban”.
El sacerdote piensa que una solución podría ser la de “introducir un catecumenado más largo”, para padres, padrinos y madrinas de los bautizandos. “Sería probablemente un camino, pero sólo funcionará si todas las parroquias lo siguen”.
4) ¿Primera comunión? ¡Un show!
Sobre los problemas de la ceremonia de la primera comunión, Padre Thomas pega duro. Hoy es cada vez más difícil transmitir a los niños la importancia del primer “encuentro” con el cuerpo de Cristo. Si además ese día se convierte para la familia en una carrera para darle al niño todos sus deseos, es imposible.
“Reina en todas partes un gran nerviosismo. Se airea, se limpia y se adorna la sala del baile, se colocan carteles en sillas y bancos indicando que están reservados, se imprime el programa con el desarrollo de la ceremonia, se ponen banderitas en el camino de la entrada y en la fachada de la iglesia”.
Después, sigue el sacerdote alemán, “llegan ellos, los pequeños protagonistas, por los que se hace todo este gasto de tiempo y dinero. Van vestidos como si fueran a un antiguo y prestigioso Gran Hotel, con vestidos y adornos de pequeños adultos”.
A la luz de estas experiencias, el Padre Thomas propone otro modelo de preparación a la comunión: en una hora se explica a los niños la celebración eucarística; en otra hora se hacen las pruebas de la celebración y el domingo se hace la celebración. Y al final se invita a todos a seguir la catequesis como preparación posterior, en lugar de anterior, en forma de horas de grupo, tardes de estar juntos y participación en la eucaristía del domingo.
Lamentablemente, las Primeras Comuniones son cada día más en muchos lugares una celebración social
5) ¡Ayuda y comprensión a los esposos!
La boda puede ser el momento para que los novios vuelvan a encontrar la fe. Y para que empiecen a vivir una nueva vida cristiana, quizás después de un periodo de “alejamiento” espiritual.
Una ocasión que a menudo “queman” los propios sacerdotes. Porque a los novios no se les da a “conocer” a fondo el valor de lo que van a celebrar. Para hacer esto hay que comprender la historia de los que van a celebrar el sacramento.
“Un día –cuenta– vino a mí una joven pareja que durante los estudios había redescubierto la fe. Me hablaron de esto y también del hecho de que los demás miembros de sus familias podían participar en la boda, pero no en una celebración eucarística. Además, para la pareja la comunión era demasiado importante como para que se diera a todos, cuando sus invitados no sabrían qué hacer con ella. Y, sin embargo, personalmente no querían renunciar a ella, porque formaba parte de su vida de fe. Por otra parte, no se podía excluir al resto de la familia de la celebración”.
La solución fue muy sencilla. “Se celebró la boda como liturgia de la Palabra y después, tras irse los invitados, los recién casados se acercaron a recibir la comunión en la misa de la tarde. Para ellos fue la conclusión perfecta de la celebración de su boda. Para mí, un ejemplo que funciona. Hay que ser sinceros al principio y creativos al final”.
6) Mal ejemplo
El mal ejemplo que los responsables de las instituciones dan en el tema de la forma de vivir, de la ostentación, no puede sino alejar a la gente de la Iglesia. Y esto pasa también hoy.
Escribe el padre Thomas: “Antes de administrar el sacramento de la confirmación, un obispo quiso dialogar en tono amistoso y con buena intención con los confirmandos. Les animó a preguntarle con sencillez todo lo que querrían preguntarle a un obispo. No había forma de que hablaran, y él dijo: ‘Soy uno de ustedes, pueden preguntarme todo’. Entonces, uno de ellos respondió: ‘Señor obispo, mientras vista así y venga en ese automóvil con chofer, usted no es uno de nosotros'”.
7) Un verdadero “centro de servicios” para los fieles, y para los demás
“Si veo a la iglesia como algo que tengo enfrente, entonces puedo desear algo de ella, exactamente como el cliente en el restaurante, ¡donde es el rey!”, explica el sacerdote alemán.
“Se puede objetar que en la iglesia se habla con amor a las personas y que éstas no pueden venir con exigencias – concluye Padre Thomas – Efectivamente, esto no debería suceder nunca en lo relativo a los sacramentos, pero entre los dos extremos, de la petición y de la exigencia, hay un camino largo, y quienes se acercan deberían ser bienvenidos”.
8) El error de desacralizar las iglesias
El sacerdote cree que es un gran error desacralizar, a menudo con gran facilidad, lugares de culto históricos a los que la comunidad, o una parte de ella, se siente vinculada.
“Aunque sea como signos de orientación y lugares de la memoria, no hay que minusvalorar las iglesias en la ciudad y en el campo –advierte padre Thomas en su libro– por ejemplo, en la isla de Mull en Escocia hay una aldea de pescadores encantadora y variopinta con tres iglesias. La primera se ha transformado en un restaurante fish-and-chips, la segunda en un supermercado que vende pizza para llevar y papel higiénico. Sólo la tercera sigue siendo una casa de Dios, aunque está cerrada de lunes a sábado”.
“¿Cuántas iglesias tendremos aún que desacralizar –pregunta provocativamente el sacerdote– para llegar al momento en que las personas ya no relacionen el edificio iglesia con la imagen de la casa de Dios?”.
9) Pocas vocaciones, mucha confusión
Según Thomas Frings, una de las figuras que más desconfianza genera, en las últimas décadas, es la del seminarista. Ser sacerdote parece una empresa complicada, casi titánica. Sea por los vínculos tan duros, como el celibato y la promesa de obediencia, sea porque no es fácil definir el propio futuro en un contexto que se vacía de sacerdotes y de fe.
“En 1980 –dice el sacerdote– empecé a estudiar teología, y en Münster éramos cuarenta seminaristas ese semestre. Éramos sólo la mitad respecto a veinticinco años antes, pero las perspectivas seguían siendo buenas: tres puestos de capellán durante cuatro años, después párroco. En las estructuras de entonces, era algo asumible. Quien empieza hoy a estudiar teología, probablemente ya no encontrará la estructura actual, y la nueva tendrá duración limitada”.
“Hace treinta años –añade– la estima por esta vocación era aún muy alta. No se elegía por esto, al menos normalmente, pero la pérdida de consideración ciertamente no ayuda a estar motivado. No somos una empresa, pero ¿aconsejarían a un joven a formar parte de una empresa con estas perspectivas, y además con el celibato y la promesa de obediencia?”.
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