La conversión y experiencia mística de Nicolò Manduci
Nicolo Manduci cuenta cómo un gesto de caridad y una experiencia mística le devolvieron a Dios |
ReL 15 junio 2016
El programa de entrevistas-testimonio Cambio de Agujas, en HM Televisión (www.eukmamie.org) difunde la historia de Nicolò Manduci, un joven ingeniero italiano que durante años se adentró en la droga, el alcohol y las diversiones dañinas... hasta
que un día sintió el impulso de regalar un pastel que llevaba en sus
manos a un mendigo que vio en la calle. Eso desencadenó en él una
experiencia de la cercanía de Dios, con el que estaba enfadado, y una
conversión creciente.
La falta de amor ahogó su fe de niño
Nicolò estudió de niño en una escuela de los salesianos, y allí aprendió a hablar con la Virgen María, a través de la figura de María Auxiliadora. Sin embargo, al pasar los 10 años dejó de orar.
Por un lado, no notaba afecto por parte de sus padres. Por otro lado, le rechazaban los chicos de su edad. Se sentía solo. Y cuando llegó a la escuela secundaria, buscando ser aceptado por los otros adolescentes, conscientemente fue optando por alejarse de Dios.
Nicolò asegura que en el fondo de su comportamiento estaba una crisis afectiva. "Me faltaba el amor, me faltaba afecto. Inicié mi camino en búsqueda de mí mismo, en búsqueda de la felicidad. Buscaba en sitios equivocados, buscaba en la discoteca, en la droga, en el alcohol, en todas las cosas que no me hacían feliz. Esto me llevó a alejarme de personas queridas, de amigos que tenían valores y principios fundamentados en la fe. Pero en aquel momento me resultaban incómodos porque ninguno podía sanar aquella herida que yo llevaba dentro. Ninguno me podía amar como yo hubiera querido. Ninguno podía entenderme como yo hubiese querido”.
La falta de amor ahogó su fe de niño
Nicolò estudió de niño en una escuela de los salesianos, y allí aprendió a hablar con la Virgen María, a través de la figura de María Auxiliadora. Sin embargo, al pasar los 10 años dejó de orar.
Por un lado, no notaba afecto por parte de sus padres. Por otro lado, le rechazaban los chicos de su edad. Se sentía solo. Y cuando llegó a la escuela secundaria, buscando ser aceptado por los otros adolescentes, conscientemente fue optando por alejarse de Dios.
Nicolò asegura que en el fondo de su comportamiento estaba una crisis afectiva. "Me faltaba el amor, me faltaba afecto. Inicié mi camino en búsqueda de mí mismo, en búsqueda de la felicidad. Buscaba en sitios equivocados, buscaba en la discoteca, en la droga, en el alcohol, en todas las cosas que no me hacían feliz. Esto me llevó a alejarme de personas queridas, de amigos que tenían valores y principios fundamentados en la fe. Pero en aquel momento me resultaban incómodos porque ninguno podía sanar aquella herida que yo llevaba dentro. Ninguno me podía amar como yo hubiera querido. Ninguno podía entenderme como yo hubiese querido”.
Nicolò y unos compañeros de fiesta sonríen ante las cámaras con sus cervezas; la soledad y el desamor van por dentro |
Enfadado con Dios
Nicolò no era ateo. Sabía que Dios existía, que era un alguien que le vigilaba, que le "miraba siempre"... y eso le enfurecía.
“Le echaba a Él la culpa de lo que me pasaba. ¿Por qué pasaba eso? ¿Por qué soy así? ¿Por qué soy distinto? ¿Por qué me siento tan mal? ¿Por qué los demás son felices?. Y claro, a alguien tenía que echarle la culpa, pero en realidad habría tenido que mirar un poco dentro de mí".
La falta de amor llevaba al enfado con Dios. "Yo no tenía fuerza para encontrar las respuestas, no tenía una madurez suficiente, no tenía tampoco educadores válidos en los que apoyarme”.
El hogar familiar tampoco era un refugio. “Busqué apoyo en mi familia, pero mi familia pasaba por un periodo de enfrentamiento. Había mucha presión en casa. Mi madre y mi padre no iban de acuerdo, no había fe, no había unión. Iban cada uno por su cuenta. Había un gran egoísmo entonces, y yo sentía el peso de ese egoísmo en casa. Por eso decidí cambiar de objetivo y partí para Londres”.
La vida en Londres
Al principio pensaba pasar solo un par de meses en Londres, pero luego se quedó allí dos años. Trabajaba y estudiaba en circunstancias duras, viviendo con mucha austeridad y llegando a pasar necesidad.
Pero en aquella dureza de la vida de emigrante adquirió algunas virtudes humanas que lo fortalecieron.
“Comencé a crecer en humildad, pobreza y obediencia. Y estas tres virtudes, que yo no comprendía en aquel momento, empezaron a darme fuerza, fuerza y seguridad dentro de mí, estabilidad. Comprendí que había algo en estas tres cosas que hacían de eje en mi vida: empezaba a poner como los cimientos de mi persona”.
Un impulso de caridad... y una respuesta mística
Un día consiguió reunir dinero para darse un pequeño capricho y se compró un pastel. Con la caja en las manos, caminando hacia casa para comérselo, pasó ante un anciano mendigo que tocaba el violín en silla de ruedas.
Nicolò sintió que la compasión le invadía el corazón, que pensaba en el otro, que se ponía en el lugar del otro.
“Sentí dentro del corazón que tenía que darle el pastel. Yo algo sí tenía, y esta persona no estaba seguro de qué cosa iba a tener aquella tarde, ni de si iba a sobrevivir aquella noche”, recuerda.
Dio el pastel al mendigo. Y en ese momento pasó algo en el corazón de Nicolò.
“En ese momento sentí una gran paz. Sentí un amor grandísimo en el corazón que me tocaba dentro y no sabía lo que era. Más tarde he entendido que el amor de Dios comenzó a visitarme. Dios había visitado mi corazón y, sobre todo, había visto que yo tenía deseo de cambiar".
Al llegar a casa, notó algo que no había sentido nunca. "En el momento en el que entré en mi casa, recuerdo que cerré la puerta, y sentí como una persona, una presencia cerca de mí. Recuerdo que sentía una fuerza en mi corazón que me decía: Cualquier cosa hecha al más pequeño de mis hermanos, es como si me la hubieras hecho a Mí”. Esta persona era Jesús. En aquel momento sentí la presencia de Jesús vivo cerca de mí”.
La Iglesia, María, los sacramentos
Tras esta experiencia, Nicolò tomó la decisión de regresar a casa, a Italia.
Allí un amigo le invitó a ir a Misa con él, pero Nicolò desconocía el valor de la Eucaristía. Ahora él ya rezaba solo, ¿por qué tenía que ir a Misa?
Nicolò no era ateo. Sabía que Dios existía, que era un alguien que le vigilaba, que le "miraba siempre"... y eso le enfurecía.
“Le echaba a Él la culpa de lo que me pasaba. ¿Por qué pasaba eso? ¿Por qué soy así? ¿Por qué soy distinto? ¿Por qué me siento tan mal? ¿Por qué los demás son felices?. Y claro, a alguien tenía que echarle la culpa, pero en realidad habría tenido que mirar un poco dentro de mí".
La falta de amor llevaba al enfado con Dios. "Yo no tenía fuerza para encontrar las respuestas, no tenía una madurez suficiente, no tenía tampoco educadores válidos en los que apoyarme”.
El hogar familiar tampoco era un refugio. “Busqué apoyo en mi familia, pero mi familia pasaba por un periodo de enfrentamiento. Había mucha presión en casa. Mi madre y mi padre no iban de acuerdo, no había fe, no había unión. Iban cada uno por su cuenta. Había un gran egoísmo entonces, y yo sentía el peso de ese egoísmo en casa. Por eso decidí cambiar de objetivo y partí para Londres”.
La vida en Londres
Al principio pensaba pasar solo un par de meses en Londres, pero luego se quedó allí dos años. Trabajaba y estudiaba en circunstancias duras, viviendo con mucha austeridad y llegando a pasar necesidad.
Pero en aquella dureza de la vida de emigrante adquirió algunas virtudes humanas que lo fortalecieron.
“Comencé a crecer en humildad, pobreza y obediencia. Y estas tres virtudes, que yo no comprendía en aquel momento, empezaron a darme fuerza, fuerza y seguridad dentro de mí, estabilidad. Comprendí que había algo en estas tres cosas que hacían de eje en mi vida: empezaba a poner como los cimientos de mi persona”.
Un impulso de caridad... y una respuesta mística
Un día consiguió reunir dinero para darse un pequeño capricho y se compró un pastel. Con la caja en las manos, caminando hacia casa para comérselo, pasó ante un anciano mendigo que tocaba el violín en silla de ruedas.
Nicolò sintió que la compasión le invadía el corazón, que pensaba en el otro, que se ponía en el lugar del otro.
“Sentí dentro del corazón que tenía que darle el pastel. Yo algo sí tenía, y esta persona no estaba seguro de qué cosa iba a tener aquella tarde, ni de si iba a sobrevivir aquella noche”, recuerda.
Dio el pastel al mendigo. Y en ese momento pasó algo en el corazón de Nicolò.
“En ese momento sentí una gran paz. Sentí un amor grandísimo en el corazón que me tocaba dentro y no sabía lo que era. Más tarde he entendido que el amor de Dios comenzó a visitarme. Dios había visitado mi corazón y, sobre todo, había visto que yo tenía deseo de cambiar".
Al llegar a casa, notó algo que no había sentido nunca. "En el momento en el que entré en mi casa, recuerdo que cerré la puerta, y sentí como una persona, una presencia cerca de mí. Recuerdo que sentía una fuerza en mi corazón que me decía: Cualquier cosa hecha al más pequeño de mis hermanos, es como si me la hubieras hecho a Mí”. Esta persona era Jesús. En aquel momento sentí la presencia de Jesús vivo cerca de mí”.
La Iglesia, María, los sacramentos
Tras esta experiencia, Nicolò tomó la decisión de regresar a casa, a Italia.
Allí un amigo le invitó a ir a Misa con él, pero Nicolò desconocía el valor de la Eucaristía. Ahora él ya rezaba solo, ¿por qué tenía que ir a Misa?
Nicolò Manduci cuenta su testimonio en el programa Cambio de Agujas, de HM Televisión |
Después le propusieron visitar Medjugorje, el pueblo de Bosnia cuyas
supuestas apariciones marianas están aún bajo investigación de la
Iglesia. Allí oró así: “María, tú eres mi Madre, yo no sé qué haré de mi
vida, lo importante es que tú estés orgullosa de mí".
Y añadió después: "Señor Jesús, ayúdame a comprender por qué tengo que ir a Misa”.
Dios escucharía su oración: no pasaría mucho antes de que la Misa fuera el centro de su jornada, una fuente de amor y de alegría, de sanación espiritual, y de enseñanza para su vida.
Hoy cuenta su testimonio esperando que sea una luz para otras personas. “Espero verdaderamente que mi testimonio pueda servir de ayuda a algún joven que haya podido pasar un sufrimiento como el mío, o que esté en una situación de droga, de alcohol, de la que tal vez quiere salir. Una situación en la que tantos chicos están, en compañía de amistades malas, equivocadas. Que puedan realmente encontrar la armonía, la armonía que viene de Cristo, que viene de Dios. No hay armonía en las cosas del mundo, por desgracia, no hay felicidad, no tiene riqueza. Hay una riqueza interior que es la riqueza que encontramos en Dios”.
(Más testimonios de Cambio de Agujas aquí)
Y añadió después: "Señor Jesús, ayúdame a comprender por qué tengo que ir a Misa”.
Dios escucharía su oración: no pasaría mucho antes de que la Misa fuera el centro de su jornada, una fuente de amor y de alegría, de sanación espiritual, y de enseñanza para su vida.
Hoy cuenta su testimonio esperando que sea una luz para otras personas. “Espero verdaderamente que mi testimonio pueda servir de ayuda a algún joven que haya podido pasar un sufrimiento como el mío, o que esté en una situación de droga, de alcohol, de la que tal vez quiere salir. Una situación en la que tantos chicos están, en compañía de amistades malas, equivocadas. Que puedan realmente encontrar la armonía, la armonía que viene de Cristo, que viene de Dios. No hay armonía en las cosas del mundo, por desgracia, no hay felicidad, no tiene riqueza. Hay una riqueza interior que es la riqueza que encontramos en Dios”.
(Más testimonios de Cambio de Agujas aquí)
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