El Papa saluda al líder calvinista |
Audiencia papal a una delegación de la Comunión mundial de Iglesias Reformadas
"No se puedecomunicar la fe viviéndola en grupos cerrados y separados"
Redacción, 10 de junio de 2016 a las 15:58
(RV).- «Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (1 Co 1,3), fue la «bienvenida de corazón» del Papa Francisco
a los «queridos hermanos y hermanas» de la Iglesias Reformadas. Junto
con su gratitud por la visita de una Delegación de la Comunión Mundial
de las Iglesias Reformadas.
Delegación encabezada por los directivos, de la asociación que reúne a más de 75 millones de cristianos, pertenecientes a más de 200 Iglesias, en más de 100 países, todos cercanos a la tradición reformada, cuyos orígenes se encuentran en el siglo XVI.
Católicos y reformados pueden promover un crecimiento mutuo en la comunión espiritual, para servir mejor al Señor.
Señalando que este encuentro es «un paso más» en el camino ecuménico,
«bendito y lleno de esperanza», con la oración del Señor «para que
todos sean uno» (Jn 17,21) el Obispo de Roma alentó la fraternidad de las comunidades cristianas,
para comunicar la fe en nuestro mundo de hoy. Ante una «desertificación
espiritual», allí donde «se vive como si Dios no existiera». Así como
ante una especie de «consumismo espiritual».
«Se necesita urgentemente un ecumenismo, que, junto con el esfuerzo
teológico que busca recomponer las disputas doctrinales entre los
cristianos, promueva una misión común de evangelización y de servicio»,
reiteró el Papa, renovando su aliento a proseguir en la colaboración,
caminando juntos con determinación hacia la unidad plena y en la
transmisión de la alegría del Evangelio a los hombres y mujeres de
nuestro tiempo.
Texto del discurso completo del Papa:
Les doy la bienvenida de corazón y les agradezco su visita: «A
ustedes, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo» (1 Co 1,3). Agradezco de modo particular las palabras del
Señor Secretario General.
Nuestro encuentro de hoy es un paso más en el camino que
caracteriza el movimiento ecuménico; camino bendito y lleno de
esperanza, a lo largo del cual buscamos vivir cada vez más de acuerdo
con la oración del Señor «para que todos sean uno» (Jn 17,21).
Han pasado diez años desde que una delegación de la Alianza
Mundial de las Iglesias Reformadas visitó a mi predecesor, el Papa
Benedicto XVI. En este tiempo, la histórica unificación del Consejo
Ecuménico Reformado y de la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas,
que tuvo lugar en 2010, ha sido un ejemplo tangible de progreso hacia la
meta de la unidad de los cristianos y, para muchos, un estímulo en el
camino ecuménico.
Hoy debemos dar gracias a Dios ante todo por el redescubrimiento
de nuestra fraternidad que, como escribió san Juan Pablo II, «no es la
consecuencia de un filantropismo liberal o de un vago espíritu de
familia. Tiene su raíz en el reconocimiento del único Bautismo y en la
consiguiente exigencia de que Dios sea glorificado en su obra» (cf.
Carta enc., Ut unum sint, 42). Católicos y reformados pueden promover un
crecimiento mutuo en esta comunión espiritual, para servir mejor al
Señor.
La reciente conclusión de la cuarta fase del diálogo teológico
entre la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas y el Pontificio Consejo
para la Unidad de los Cristianos, con el tema La justificación y la
sacramentalidad: la comunidad cristiana como artesana de justicia,
representa un motivo especial de agradecimiento. Me alegra ver que el
informe final destaca con claridad el vínculo inseparable entre la
justificación y la justicia. En efecto, nuestra fe en Jesús nos impulsa a
vivir la caridad mediante gestos concretos, capaces de incidir en
nuestro estilo de vida, en las relaciones y en la realidad que nos
rodea. Sobre la base del acuerdo acerca de la doctrina de la
justificación, hay muchos campos en que reformados y católicos pueden
trabajar juntos para testimoniar el amor misericordioso de Dios,
verdadero antídoto frente al sentido de desorientación y a la
indiferencia que nos circundan.
Hoy se experimenta a menudo una «desertificación espiritual».
Especialmente allí donde se vive como si Dios no existiera, nuestras
comunidades cristianas están llamadas a ser «cántaros» que apagan la sed
con la esperanza, presencias capaces de inspirar fraternidad,
encuentro, solidaridad, amor genuino y desinteresado (cf. Exh. ap.,
Evangelii gaudium, 86-87); han de acoger y avivar la gracia de Dios,
para no encerrarse en sí mismos y abrirse a la misión.
No se puede, en efecto, comunicar la fe viviéndola de manera
aislada o en grupos cerrados y separados, en una especie de falsa
autonomía y de inmanentismo comunitario. Así no se da respuesta a la sed
de Dios que nos interroga y que está presente también en tantas formas
nuevas de religiosidad. Estas pueden favorecer a veces el repliegue
sobre sí mismas y sus propias necesidades, dando lugar a una especie de
«consumismo espiritual». Por lo tanto, si los hombres de nuestro tiempo
no encuentran «una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de
vida y de paz, al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria
y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no
humanizan ni dan gloria a Dios» (cf. ibíd., 89).
Se necesita urgentemente un ecumenismo que, junto con el esfuerzo
teológico que busca recomponer las disputas doctrinales entre los
cristianos, promueva una misión común de evangelización y de servicio.
Ya hay ciertamente muchas iniciativas y buena colaboración en diferentes
lugares. Pero todos podemos hacer mucho más juntos para dar un
testimonio vivo «a todo el que pida razón de nuestra esperanza» (cf. 1 P
3,15): transmitir el amor misericordioso de nuestro Padre, que hemos
recibido gratuitamente y estamos llamados a dar generosamente.
Queridos hermanos y hermanas, les renuevo mi agradecimiento por su
presencia y por su compromiso al servicio del Evangelio, y expreso el
deseo de que este encuentro sea un signo eficaz de nuestra constante
determinación de caminar juntos en la peregrinación hacia la plena
unidad. Que este encontrarnos sirva de ánimo a todas las comunidades
reformadas y católicas para seguir trabajando juntos en la transmisión
de la alegría del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Que Dios nos bendiga a todos».
in
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