El almirante Shinjiro Yamamoto visitó al Papa y murió 3 meses después de Pearl-Harbour
El almirante japonés Shinjiro Yamamoto en su juventud |
17 noviembre 2017
En 1944, cuando las tropas norteamericanas iban tomando, una tras otra, las islas de la Micronesia en combate con el Japón imperial, las tropas japonesas mataron a siete misioneros jesuitas españoles, personal desarmado, no combatiente y neutral, junto con varios de sus feligreses. A seis de ellos les dispararon al pie de una fosa común en Babeldaob, la mayor de las Islas Palaos, el 18 de septiembre de 1944. Al séptimo lo torturaron y decapitaron en Rota, una isla al sur de las Marianas.
¿Cómo habían llegado esos misioneros españoles a la Micronesia, que dependía de Japón desde 1921? Los había invitado Japón mismo, en parte por sugerencia de uno de los católicos más influyentes del Japón moderno: el almirante Shinjiro Yamamoto.
Yamamoto, católico devoto desde su adolescencia, veterano de la Guerra Ruso-Japonesa de 1904, no supo de la matanza de misioneros, que le habría horrorizado. Había muerto dos años antes, el 28 de febrero de 1942, con 64 años, 3 meses después del ataque de Pearl-Harbour (dirigido por otro almirante muy distinto, Isoroku Yamamoto) y la entrada de Japón en guerra con EEUU. Shinjiro no llegó a ver los horrores de esta guerra.
Shinjiro Yamamoto, almirante, católico, caballero de Malta
(se ve su condecoración) y un tutor del príncipe Hirohito
La conversión de un joven rico y pagano
En el libro de 1938 Though Hundred Gates, de Severin y Stephen Lamping, que recoge diversas historias de conversión a la fe católica en primera persona, el almirante Yamamoto explica cómo se convirtió en 1893, cuando tenía 16 años.
Su padre era rico y vivía en el campo, y se negaba a dejar que su hijo, desordenado y poco considerado con los demás, estudiase en Tokio, donde estaba convencido que adquiriría sólo más vicios y aportaría deshonor a la familia. Entonces, un verano, unos europeos le alquilaron una propiedad para pasar unos meses: eran misioneros maristasrecién llegados, con trajes negros y bufandas negras. Acababa de llegar la libertad religiosa solo en 1889 y el cristianismo era visto por los ricos y nobles como una religión extranjera y aborrecible.
El padre preguntó a qué se dedicaban, y ellos explicaron: ""Educamos y formamos a los jóvenes muy estrictamente; quien sea aceptado en nuestro centro debe seguir la planificación diaria punto por punto y puede dejar la casa solo en ciertas ocasiones. Insistimos en la puntualidad. Tres días a la semana se habla inglés, y otros tres días, francés".
Inglés, francés y educación estricta y disciplinada: eso convenció al padre del joven Shinjiro y así lo incribió en la que sería la prestigiosa escuela marista Estrella Matutina, Gyosei. El joven, que había disfrutado de actividades de verano con los hermanos más jóvenes, fue encantado. La mayoría de los alumnos eran adolescentes de familias ricas y antiguas que despreciaban la religión cristiana.
"Yo sentía lo mismo que los demás", escribía el almirante más de 40 años después. "Detestaba la religión-Yaso [de Jesús] desde el fondo de mi alma, y naturalmente chocaba con mis profesores, que se veían retados por mi actitud. Sin embargo, al carecer yo de formación religiosa, no podía argumentar frente a ellos, y con el tiempo me sentí obligado a admirarles".
Admiración por su vida obediente
"Aprendí sobre su vida espiritual y privada, como cada uno se sometía a su superior conobediencia incondicional, independientemente de su nacionalidad, edad o educación. Vi como nos amaban más que a si mismos, como seguían una regla estricta, hacían votos y los vivían de verdad. La explicación para todo eso sólo podía estar en su religión".
Cuando se dio cuenta de esa relación entre virtud y religión, admitió que tenía que hacerse católico. "Había llegado a la determinación de hacer el bien en la vida sirviendo lealmente a Dios y a mi país, y la Divina Providencia guió mis pasos y me ayudó a cumplir mi firme resolución".
Le costó decidirse a pedir permiso a su padre para hacerse cristiano. En su casa había un altar sintoísta y otro budista, y cada mañana, por tradición familiar antigua, se rendía culto en ambos. Más aún, su padre tenía un cargo como consejero o anciano en un importante templo budista.
Cuando consultó a su padre, él le respondió que se quitase la idea de la cabeza, que la religión-Yaso era peligrosa para el Estado y que hundiría su carrera para siempre. Aún en 1873, apenas veinte años antes, había cristianos encarcelados por su fe. Ese día de la primavera de 1893, el joven lloró en su cama desconsoladamente.
Pero en las vacaciones de verano, Shinjiro insistió a su padre: "Es mi firme convicción de que puedo guardar mi alma del error sólo si soy católico. Por eso te pido permiso. Tú me lo niegas. Pero valoras el honor por encima de todo. Así que si un día traigo el deshonor a esta casa, niego tener toda responsabilidad".
(O dicho de otra forma: si quieres tener un hijo virtuoso y disciplinado, permíteme seguir esa religión.)
El padre cedió tras esta argumentación y en la Vigilia de Navidad Shinjiro fue bautizado con el nombre de Esteban. Era el primer bautizo y el primer converso en la escuela, el primer japonés bautizado por esos maristas.
Una visión japonesa de la guerra contra Rusia de 1904-1905, que consolidó a Japón como potencia internacional
La Guerra Ruso-Japonesa
En 1895 se graduó y entró en la Academia Naval. Participó en la Guerra Ruso-Japonesa de 1904 como oficial, y capitaneando el buque insignia Mikasa. Sucedió algo que conmovió al mundo: Rusia, el enorme imperio que había vencido al mismísimo Napoleón, perdía ante un país no occidental, una potencia "novata" como Japón.
En las negociaciones de rendición entre los almirantes Masayuki y Nebogatov, él actuó como intérprete, por su dominio del francés, aprendido con los maristas. Se casó con la hija de un banquero rico y tuvieron varios hijos, a los que formó en la fe. Su vida familiar fue feliz y uno de sus hijos escribiría un libro recordándolo.
"Tomé parte en tres batallas y, extrañamente, más de una vez me salvé milagrosamente de morir", explicaba Shinjiro en los años 30, sin detallarlo más, en su testimonio de conversión.
Con mensajes para el Papa...
"Después el Gobierno me encargó -por primera vez en la historia de Japón- llevar un mensaje al Santo Padre", ya en 1915. Más aún, acompañó al príncipe heredero Hirohito en su primer viaje por Europa y después se convirtió en uno de sus tutores y maestros en la corte en Japón durante 20 años.
En 1919, tras los horrores de la Primera Guerra Mundial, fue recibido por el Papa Benedicto XV. Las Islas Carolinas, las Marianas y las Marshall dejaban de ser territorios alemanes para pasar a ser protectorados japoneses. Los japoneses expulsaban a los misioneros alemanes de esas islas... pero querían misioneros cristianos, si eran de un país neutral. Y así fue como Shinjiro pactó con el Papa el envío de 20 jesuitas españoles.
Una tarjeta de visita del capitán Yamamoto de las que usaba en Roma siendo aún solo capitán; en esta explica en inglés a un "reverendo padre" que "lamenta de corazón" no haberle encontrado
En su vida visitó 6 veces el Vaticano y habló con 4 Papas distintos, todo un récord para un japonés. En 1936 fue nombrado caballero de la Orden de Malta (a menudo mostraba su insignia) y en 1938 visitó Tierra Santa.
Ese mismo año, mientras China se desangraba en una guerra con Japón, aseguró en el Vaticano que el nuevo Emperador Hirohito, que había sido su pupilo, era un hombre pacífico, pero que no podía hacer nada frente a la masa popular y muchos oficiales que eran militaristas y expansionistas.
Hay que tener en cuenta que también la madre de Hirohito, la emperatriz Sadako, admiraba la fe cristiana, tenía amigos y consejeros cristianos cuáqueros (famosos por su pacifismo), había sido educada por un matrimonio cuáquero y aunque se mantuvo sintoísta leía la Biblia cada día (lo explica el libro de Kevin M. Doak "Jesuit's Legacies"). Todo eso contrastaba con un país militarizado, expansionista y ultranacionalista.
En Japón Shinjiro apoyó a la Iglesia con donativos y favores y lanzó la creación de una asociación de Jóvenes Católicos. Murió en su país en 1942, tres meses después de la entrada de Japón en guerra con EEUU.
Los jesuitas españoles en la Micronesia
Por obra de las negociaciones de Shinjiro Yamamoto en 1921 ya llegaban los 20 jesuitas españoles en la Micronesia. El portavoz japonés en la Liga de las Naciones, Mitsuada Horiguchi, proclamaba discursos sobre "la educación y la religión como los dos métodos más eficaces para asegurar, a la larga, el desarrollo de los habitantes".
Sellos con escenas de las misiones jesuitas en las Islas Carolinas
La Sociedad de Naciones pedía a Japón "desarrollar y civilizar" esas islas, y Japón estaba convencido -quizá por la influencia de personas como Shinjiro y la emperatriz Sadako- de que los misioneros eran la clave. Los inspectores japoneses, cuando veían islas casi sin alcoholismo, con la población vestida y ocupada en mil quehaceres y los niños acudiendo a escuelas -católicas o protestantes-, quedaban satisfechos. Incluso permitieron en 1927 que volvieran algunos misioneros alemanes protestantes en las Carolinas y las Palaos.
Tadao Yanaihara, un investigador japonés de tradición cristiana, que viajó por las islas a principios de los años 30, considerado la mejor fuente histórica de esos años, escribió, pensando en sus lectores japoneses: "el cristianismo ha hecho más que ningún otro agente para romper el totemismo y liberar la mente nativa de las garras del miedo supersticioso y la dominación del hechicero". Los misioneros lograron que los nativos se vistieran, que restringieran sus "impulsos licenciosos", que mejorara la salud e higiene y acabaran las frecuentes guerras entre islitas y clanes.
Un comandante naval japonés visitando la isla de Losap quedó tan impresionado con el comportamiento de los nativos que prometió al profesor misionero que no dejaría que ningún extranjero sin fe llegase a la isla para dar mal ejemplo.
Los misioneros y los jesuitas eran, pues, amados y respetados por los nativos y por los japoneses.
Pero en 1941, al empezar la Guerra, todo cambió.
El desastre de la Guerra Mundial
Llegaron nuevas las autoridades militares, que veían espías en cualquier extranjero. También cometían tropelías contra la población civil y les molestaba que los misioneros occidentales pudieran ser testigos. Interrogaron a los jesuitas españoles, los encerraron en varias ocasiones, les mantenían vigilados y les invitaban a marchar, aunque España era no solo neutral, sino incluso simpatizante del Eje.
Sello de Palaos recuerda a los jesuitas españoles
Después, los americanos empezaron a ganar la guerra y avanzar isla tras isla. Los mandos japoneses habían ido fanatizándose y desesperando cada vez más.
Trajeron a Babeldaob, desde la isla de Yap, a 3 jesuitas: Luis Blanco Suarez (canario de 48 años), Bernardo de Espriella (de 54 años, nacido en Colombia), y Francisco Hernández Escudero (extremeño de Zafra, de 57 años). En Yap había unos 3.000 habitantes, y 2.000 eran católicos.
Los encarcelaron con los 3 jesuitas que ya estaban en las islas Palaos: Elías Fernández González (de Vegamián, en León, de 64 años; parece que toda la isla de Tobi, con etnia y lengua propia, se convirtió por su predicación), Marino de la Hoz del Canto (de León, de 58 años) y Emilio del Villar Blázquez (de Villarejo del Valle, Ávila, de 51 años).
Hay distintas versiones sobre cuánto tiempo estuvieron detenidos y cómo fueron torturados, aunque no hay duda de que sufrieron por enfermedades, mala alimentación y falta de ropa y refugio adecuado. El 18 de septiembre de 1944 la policía militar japonesa los llevó junto a una fosa excavada en la selva y los fusiló allí mismo.
Un tiempo después, sacaron los cadáveres, los quemaron para dificultar su reconocimiento, y los volvieron a esconder. Los americanos supieron estos datos por los testigos, y los comunicaron a la Orden jesuita, pero aún no se han encontrado los cadáveres ni el lugar de la ejecución. Tanto en Yap como en Palaos los católicos nativos los recuerdan como mártires y misioneros.
El otro jesuita español asesinado en Micronesia en esa época fue el hermano Miguel Timoner Guadera, de Manacor, Menorca, que tenía 51 años. Había estado cuidando al padre Juan Pons que murió de una úlcera en la pierna en 1944 en la isla de Rota, en las Marianas. Él y otros cinco católicos fueron después detenidos y llevados a Saipán, la capital de las Marianas, encarcelados varios meses y torturados. Se les acusaba de espías. Después fueron devueltos a Rota, que no sería asaltada por los americanos hasta el último día de la guerra. Un día de noviembre de 1944 el jesuita y sus 5 feligreses fueron ejecutados por decapitación. No se sabe donde fueron enterrados sus cuerpos.
(Este blog en inglés da algunos más datos de los mártires y de su compañero el padre Jesús Baza, que era chamorro, es decir, nativo de Guam)
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