Mensaje del Papa a la Confederación Internacional (Texto completo)
Audiencia Con La Confederación Unión Apostólica Del Clero © L´Osservatore Romano |
(ZENIT – 16 Nov. 2017).- Los pastores están llamados a ser “servidores fieles y sabios” que imitan al Señor, se ciñen el cíngulo del “servicio” y “se inclinan sobre las vivencias de sus comunidades”, ha recordado el Papa Francisco.
Son algunas de las palabras que el Papa Francisco ha dirigido a los participantes en la Asamblea Internacional de la Confederación de la Unión Apostólica del Clero, a quienes ha recibido en audiencia esta mañana en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico.
El Papa también ha señalado la idea de que la “dedicación a la Iglesia particular” se expresa siempre con un horizonte más grande que “nos hace conscientes de la vida de toda la Iglesia”, ha expresado el Papa Francisco.
En este sentido, ha explicado que nos convertimos en ministros para servir a la propia Iglesia particular, en docilidad al Espíritu Santo y al propio obispo y en colaboración con otros sacerdotes, pero con la conciencia de ser parte de la Iglesia universal, que cruza las fronteras de la propia diócesis y del propio país.
La ‘Unión Apostólica del Clero’ es una asociación clerical, pública e internacional, nació en 1862, fue aprobada por la Santa Sede el 17 de abril de 1921. Nació a raíz de la necesidad de crear asociaciones para “ayudar a los Pastores a responder fielmente a su vocación y misión” que la Iglesia recomendó en el Concilio Vaticano II.
Mensaje del Papa Francisco
¡Queridos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas!
“¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos” (Sal 133, 1). Estos versículos del salmo van muy bien después de las palabras de Mons. Magrin, presidente apasionado de la Confederación Internacional de la Unión Apostólica del Clero. Es verdaderamente un placer conocer y sentir la fraternidad que nace entre nosotros, llamados a servir al Evangelio según el ejemplo de Cristo, el Buen Pastor. Mi saludo cordial a cada uno de vosotros, haciéndolo extensivo a los representantes de la Unión Apostólica de los Laicos.
En esta asamblea estáis reflexionando sobre el ministerio ordenado “en, para y con la comunidad diocesana”. En continuidad con los encuentros anteriores, tenéis la intención de enfocar el papel de los pastores en la Iglesia particular; y en esta relectura la clave hermenéutica es la espiritualidad diocesana que es espiritualidad de comunión a la manera de la comunión trinitaria. Mons. Magrin ha subrayado esa palabra, “diocesanidad”: es una palabra clave. Efectivamente, el misterio de la comunión trinitaria es el alto modelo de referencia de la comunión eclesial. San Juan Pablo II, en la carta apostólica Novo millennio ineunte, ha recordado que “el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza” es el siguiente: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” (n 43). Esto implica, antes que nada, “promover una espiritualidad de la comunión“, que se convierte en un “principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano,” (ibid.). Y hoy necesitamos tanta comunión, en la Iglesia y en el mundo.
Nos convertimos en expertos de espiritualidad de comunión ante todo a través de la conversión a Cristo, de la apertura dócil a la acción de su Espíritu y de la acogida de los hermanos. Como todos sabemos, la fecundidad del apostolado depende no solo de la actividad y de los esfuerzos organizativos, aunque sean necesarios, sino en primer lugar de la acción divina. Hoy, como en el pasado, los santos son los evangelizadores más eficaces, y todos los bautizados están llamados a aspirar a la medida más grande de la vida cristiana, es decir, a la santidad. Con mayor motivo, esto concierne a los ministros ordenados. Pienso en la mundanidad, en la tentación de la mundanidad espiritual, muchas veces oculta en la rigidez: una llama a la otra, son “hermanastras”, una llama a la otra. El Día Mundial de Oración por la Santificación del Clero, que se celebra cada año en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, es una ocasión propicia para implorar del Señor el don de ministros fervorosos y santos para su Iglesia. Para alcanzar este ideal de santidad, cada ministro ordenado debe seguir el ejemplo del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. ¿Y dónde ir a buscar esta caridad pastoral, si no en el corazón de Cristo? En él, el Padre celestial nos ha colmado de infinitos tesoros de misericordia, ternura y amor: aquí siempre podemos encontrar la energía espiritual indispensable para irradiar en el mundo su amor y su alegría. Y a Cristo también nos guía todos los días la relación filial con nuestra Madre, María Santísima, especialmente en la contemplación de los misterios del Rosario.
Estrechamente unido con el camino de la espiritualidad está el compromiso en la acción pastoral al servicio del pueblo de Dios, hoy visible en la realidad de la Iglesia local. Los pastores están llamados a ser “servidores fieles y sabios” que imitan al Señor, se ciñen el cíngulo del servicio y se inclinan sobre las vivencias de sus comunidades, para comprender la historia y vivir las alegrías y las tristezas, las expectativas y las esperanzas del rebaño que les ha sido confiado. El Concilio Vaticano II ha enseñado que la manera en que los ministros ordenados alcanzan la santidad “ejerciendo sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo su triple función.”; “De hecho, se ordenan a la perfección de la vida por las mismas acciones sagradas que realizan cada día, como por todo su ministerio” (Decreto Presbyterorum Ordinis, 12).
Con razón subrayáis que los ministros ordenados adquieren un estilo pastoral adecuado también cultivando las mutuas relaciones fraternas y participando en el camino pastoral de su Iglesia diocesana, en sus citas, en sus proyectos e iniciativas que traducen operativamente las líneas programáticas. Una Iglesia particular tiene un rostro, ritmos y decisiones concretas; hay que servirla con dedicación día tras días diariamente, atestiguando la sintonía y la unidad que se vive y se desarrolla con el obispo. El camino pastoral de la comunidad local tiene como punto de referencia imprescindible el plan pastoral de la diócesis, que se debe anteponer a los programas de asociaciones, movimientos y de cualquier grupo en particular. Y esta unidad pastoral, alrededor del obispo, hará la unidad en la Iglesia. Y es muy triste cuando en un presbiterio encontramos que esta unidad no existe, que es aparente. Y allí dominan los chismes, los chismes destruyen la diócesis, destruyen la unidad de los sacerdotes, entre ellos y con el obispo. Hermanos y hermanas, os pido por favor: siempre vemos cosas malas en los demás, siempre, -porque las cataratas no vienen a ese ojo, no , los ojos están listos para ver las cosas feas, pero os pido por favor que no escuchéis los chismes. Si veo cosas malas, rezo o, como hermano, hablo. No hago el “terrorista” porque los chismes son terrorismo. Chismorrear es como tirar una bomba: destruyo al otro y me voy tranquilo. Por favor, nada de chismes, son la polilla que se come el tejido de la Iglesia, de la Iglesia diocesana, de la unidad de todos nosotros.
La dedicación a la Iglesia particular se expresa siempre con un horizonte más grande que nos hace conscientes de la vida de toda la Iglesia. La comunión y la misión son dinámicas correlativas. Nos convertimos en ministros para servir a la propia Iglesia particular, en docilidad al Espíritu Santo y al propio obispo y en colaboración con otros sacerdotes, pero con la conciencia de ser parte de la Iglesia universal, que cruza las fronteras de la propia diócesis y del propio país. Si la misionalidad es una propiedad esencial de la Iglesia, lo es sobre todo para quien, ordenado, está llamado a ejercer el ministerio en una comunidad por su naturaleza misionera, y a ser educador para mundializar ¡no de mundanidad, de mundializar! La misión, de hecho, no es una elección individual, debida a la generosidad individual o quizás a desilusiones pastorales, sino una elección de la Iglesia particular la que se convierte en protagonista en la comunicación del Evangelio a todas las gentes. Queridos hermanos sacerdotes, rezo por cada uno de vosotros, y por vuestro ministerio y por el servicio de la Unión Apostólica del Clero. Y también rezo por vosotros, queridos hermanos y hermanas. Que mi bendición os acompañe. Y os pido por favor que no os olvidéis de rezar por mí, porque yo también necesito oraciones.
© Librería Editorial Vaticano
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