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sexta-feira, 6 de outubro de 2017

Santa Marta: El Papa invita a que “pidamos la gracia de la vergüenza”

“El pecado arruina el corazón”, recuerda el Papa

Eucaristía en Santa Marta 06/10/2017 © L´Osservatore Romano
Eucaristía En Santa Marta 06/10/2017 © L´Osservatore Romano
(ZENIT – 6 Oct. 2017).- “La vergüenza abre la puerta a la curación”, “pidamos la gracia de la vergüenza” es la invitación que ha hecho el papa Francisco en la misa matutina celebrada en la Casa Santa Marta.

El Papa dirigió estas palabras al concluir esta reflexión: “Ante el Señor experimentar vergüenza por nuestros pecados y pedir ser curados”, y continuó “Cuando el Señor nos ve así, avergonzados por lo que hemos hecho, y con humildad pedir perdón, Él es el omnipotente: borra, nos abraza, nos acaricia y nos perdona. Éste es el camino para llegar al perdón, lo que hoy nos enseña el profeta Baruc”.
El Papa ha aclarado que Dios es misericordioso: “Alabemos hoy al Señor porque ha querido manifestar la omnipotencia precisamente en la misericordia y en el perdón”, y ante un Dios tan bueno, que perdona todo, que tiene tanta misericordia: “pidamos la gracia de la vergüenza”.
“Nadie puede decir: ‘Yo soy justo’, o ‘yo no soy como aquel o como aquella’. Yo soy pecador. Yo diría que casi es el primer nombre que todos tenemos: pecadores”, ha señalado el Papa.
“Justicia a Dios y a nosotros el deshonor en el rostro”. Con estas palabras el Profeta Baruc en la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día se refiere a la desobediencia a la ley de Dios, es decir, al pecado y, al mismo tiempo, indica también cuál es el verdadero camino para pedir perdón.
Este ha sido el hilo conductor de la homilía del Papa durante la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el primer viernes de octubre. Francisco recorrió el texto litúrgico deteniéndose, ante todo, en la realidad del pecado que caracteriza a todos los hombres, y en la profecía de Baruc “sacerdotes, reyes, jefes y padres”.
El Papa ha explicado que al preguntarnos “¿por qué somos pecadores?” entendemos que “hemos desobedecido, siempre en relación con el Señor: Él ha dicho una cosa y nosotros hemos hecho otra. No hemos escuchado la voz del Señor: Él nos ha hablado tantas veces. En nuestra vida, cada uno puede pensar: ‘¡Cuántas veces el Señor me ha hablado a mí! ¡Cuántas veces no lo he escuchado!’. Ha hablado con los padres, con la familia, con el catequista, en la iglesia, en las predicaciones, también ha hablado a nuestro corazón”.
Pero nosotros nos hemos rebelado: éste es el pecado, por lo tanto es “rebelión”, es “obstinación” en el proseguir en “las inclinaciones perversas de nuestro corazón”, cayendo en las “pequeñas idolatrías de cada día”, “codicia”, “envidia”, “odio” y, especialmente, “maledicencia”, ese “hablar mal” que el Papa define la “guerra del corazón para destruir al otro”.
“El pecado arruina el corazón, arruina la vida, arruina el alma, debilita y enferma”, y el Papa ha indicado que “No es una mancha que hay que quitar. Si fuera una macha, bastaría ir a la tintorería y hacerla limpiar… No. El pecado es una relación de rebelión contra el Señor. Es malo en sí mismo, pero malo contra el Señor, que es bueno. Y si yo pienso así mis pecados, en lugar de entrar en depresión, siento aquel gran sentimiento: la vergüenza, la deshonra de la que habla el profeta Baruc. La vergüenza es una gracia”.
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