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terça-feira, 22 de agosto de 2017

«La prostituta feliz no existe», es un engaño ideológico apoyado por proxenetas, burdeles y clientes

Julie Bindel ha entrevistado a decenas de prostitutas en 40 países

Hay quien, por razones ideológicas, sostiene la prostitución puede ser liberadora: la realidad que muestra este reportaje lo desmiente.
22 agosto 2017


"La mayoría de las 'trabajadoras sexuales' son esclavas actuales. La prostitución raramente es una elección, si es que lo es alguna vez": así titula y resume Julie Bindel un amplio reportaje en el veterano semanario británico The Spectator, donde denuncia la existencia de una connivencia entre el lobby de los interesados en legalizar la prostitución (proxenetas, dueños de burdeles y clientes) y el lobby ideológico que la ve como una "liberación" de la mujer. Julie Blindel, lesbiana y feminista, es conocida en el Reino Unido por su oposición a los vientres de alquiler y su rechazo a las imposiciones lingüísticas de la ideología de género, que considera "el último asalto del lobby transexual contra la feminidad".

Traducimos el reportaje a continuación (los ladillos son de ReL):

En medio de la atrocidad que supone la esclavitud moderna, que afecta sobre todo a hombres vulnerables forzados a trabajos no cualificados, existe en el Reino Unido una forma de abuso aún peor. Este abuso lo podemos ver en cada metrópolis, en cada ciudad y en cada pueblo. Es endémico en todas las culturas y regiones del mundo y, sin embargo, actualmente se justifica en nombre de la "liberación". Nos hemos acostumbrado a pensar en la prostitución como una forma legítima de ganarse el sustento, incluso de "empoderamiento" de las mujeres. Lo llamamos "trabajo sexual" y lo ignoramos. No deberíamos hacerlo.

La "prostituta feliz", un mito
En los últimos tres años he investigado la prostitución en el mundo para verificar si es cierto, como dice la sabiduría popular, que es una elección tan válida como cualquier otra. He llevado a cabo 250 entrevistas en 40 países, he entrevistado a 50 supervivientes del comercio sexual y la respuesta ha sido en casi todos los casos siempre la misma: no hay que creer en el mito de la "prostituta feliz" que se ve en la televisión. Prácticamente siempre es esclavitud. Las mujeres que trabajan como prostitutas tienen una deuda que pagar y están en aprietos. Necesitan ser rescatadas como cualquiera de las otras víctimas de la esclavitud moderna.

Los defensores del mito: una coalición de intereses
Uno de los descubrimientos más inquietantes que he hecho es que las voces que resuenan con más fuerza para que se legalice y se normalice la prostitución proceden de las personas que se benefician de ella: los proxenetas, los clientes y los propietarios de los burdeles. Han tenido éxito hablando en nombre de las mujeres a las que esclavizan. Las personas que conocen de verdad cómo funciona el comercio sexual han sido amordazadas por un lobby poderoso de ideólogos "progresistas" engañados y por quienes especulan con dicho comercio.

Abuso, alcohol, drogas...
Como me dijo Autumn Burris, una ex prostituta de California, que se fugó a finales de los años noventa: "Tenía que decirme muchas cosas, muchas mentiras, para que mi cerebro no estallara en miles de pedazos, enloqueciendo, debido al abuso continuo que sucedía una y otra vez, y a la violencia que entraña la prostitución". Autumn hace campaña en favor del fin del comercio sexual y lleva a cabo cursos de formación para oficiales de la policía y otros profesionales acerca de la realidad de la prostitución.
Una superviviente del comercio sexual en Alemania, Huschke Mau, lo expresó así: "Cada vez que tenía un cliente tenía que beberme no un vaso de vino, sino la botella entera. Si estás sobria y no tomas drogas, te es imposible tener sexo con el cliente. De hecho, cuando dejé de beber, tuve que dejarlo".

En el origen: la epidemia de sida 
Si la prostitución equivale a la esclavitud, entonces ¿por qué diablos los defensores de los derechos humanos y muchas otras personas de izquierdas apoyan que la prostitución es un "trabajo" para las mujeres y un "derecho" de los hombres?

Todo empezó cuando surgió la campaña contra el VIH/sida. Entonces pareció lógico legalizar los prostíbulos y el proxenetismo, y crear "zonas de tolerancia" en las calles, como la que hay en Leeds. La "lógica" de esta postura era que si se eliminaban todas las sanciones criminales, las prostitutas estarían vinculadas a organismos de apoyo lo que llevaría al 100% de utilización del preservativo. Esto, a su vez, reduciría drásticamente los índices de VIH, argumentó el lobby pro-legalización de la prostitución, y terminaría con el asesinato de las prostitutas a manos de sus chulos y clientes.

Ésta era la teoría. Pero he visitado una serie de burdeles legales en Nevada, Alemania, Holanda y Australia y he examinado las afirmaciones de los defensores de la legalización y el resultado ha sido que sus argumentos -la base de nuestro debate sobre la prostitución, hoy- sencillamente no se sostienen.

Los efectos de la legalización
La legalización de la prostitución en Alemania, Holanda y Australia no ha llevado a una disminución de la violencia, de los índices de VIH o del asesinato de mujeres. En Melbourne me he reunido con la activista de los "derechos de las trabajadoras sexuales" Sabrinna Valisce quien, confrontada con la realidad de la despenalización, ha cambiado, muy a su pesar, de opinión: "Pensaba que las cosas mejorarían si todo se legalizaba y se legitimaba, pero lo único que se ha conseguido es dar mayor poder a los clientes y a los propietarios de los burdeles".

Lo que comporta la legalización es que los tan cacareados derechos y libertades de los que se dice disfrutan las prostitutas sean reclamados por los propietarios de los prostíbulos y los clientes. Es fácil: simplemente se definen a sí mismos como "trabajadores sexuales" y recogen los beneficios. He oído a varios miembros de lobbies pro-legalización definirse como "trabajadores sexuales" además de proxenetas.

Comercio sexual: una dimensión "aterradora"
La verdadera magnitud del comercio sexual global es aterradora. He visitado un pueblo en la India dedicado enteramente a la prostitución y en el que he conocido a un hombre que prostituye a su hija, su hermana, su tía y su madre. He entrevistado a proxenetas en los mega-burdeles de Múnich, en los que los hombres pagan una tarifa plana que les permite usar la cantidad de mujeres que quieran. En el Sudeste asiático he visto a hombres mayores del Reino Unido pagar por una "cita" con una adolescente en los girly bars.

He descubierto que a pesar de lo que digan los defensores de la prostitución, las mujeres y niñas que se dedican a ella proceden la inmensa mayoría de ambientes violentos, muy pobres y marginados. Ni son libres ni empoderadas: son víctimas de abusos y están atrapadas.

También abusos en la prostitución masculina
No debemos olvidar que esto sucede también con los chicos. Durante un visita a Los Angeles conocí a Greg, nacido en una familia que tenía conexiones con la mafia. Desde que era muy pequeño había sido objeto de abusos sexuales por parte de hombres poderosos. En su adolescencia conoció a un proxeneta y fue vendido para ser utilizado sexualmente durante seis años antes de que consiguiera escapar. Greg rechaza la idea de que vender sexo forme parte de la cultura homosexual.

¿Excepción o interés?
En Amsterdam entrevisté a la mujer que acuñó la frase "prostituta feliz". Actualmente Xaviera Hollander dirige un B&B llamado Happy House. Yo estaba convencida de que había llegado a ser rica y famosa como resultado del éxito estratosférico de su libro The Happy Hooker: My Own Story, que había vendido veinte millones de copias en todo el mundo. Pero lo que descubrí durante esa comida es que lo que le dio fama y fortuna fue vender a otras mujeres. Me contó que fue prostituta durante unos seis meses, sólo para aprender cómo comerciar con el sexo. "Cambié mi pequeño apartamento por un apartamento de cinco habitaciones en un ático en un tiempo récord", me dijo con orgullo.

Hollander se parece bastante al mito de la "prostituta feliz" que vemos en los medios de comunicación. Pero compramos la mentira porque es conveniente creer en ella.

"No quiero que ella disfrute"
He entrevistado a una serie de clientes, tanto en el Reino Unido como en otros lugares, y esto es lo que suelen decir: "No quiero que ella disfrute, esto me arrebataría algo". Y: "Me gustan las prostitutas porque hacen lo que les digo, no como las mujeres reales". ¿Y qué les parece ésta?: "No es distinto a comprar una hamburguesa cuando tienes hambre y tu mujer no te ha cocinado nada".

El sexo no es un derecho humano
Si a los defensores de la prostitución les digo que nada terrible les sucederá a los hombres si no pueden pagar para tener sexo, las quejas que oigo son siempre las mismas: "Pero, ¿qué me dice de los hombres minusválidos? ¿Cómo conseguirán tener una cita?". Cuando les digo que el sexo no forma parte de los derechos humanos, me cuentan de la madre que le compró a su hijo, víctima de una grave minusvalía, una prostituta por su cumpleaños, o del héroe que vuelve de una guerra sin sus piernas y que tiene "derecho" a pagar por una mujer.

Encerradas 
Pero consideremos ahora esos millones de mujeres oprimidas. ¿Qué pasa con sus derechos? En uno de los prostíbulos de Nevada que he visitado, las mujeres se quedan encerradas en él durante toda la noche. Los altos muros están rodeados de alambre espinado. También en Seúl, Corea del Sur, las mujeres se quedaban encerradas dentro de los burdeles por la noche... hasta que un incendio mató a 14 mujeres jóvenes en 2002. Si las gallinas en jaula en batería fueran tratadas así, con razón habría una protesta por parte de los mismos liberales de izquierdas que remueven cielo y tierra para defender este repugnante comercio de carne humana.

Durante un breve viaje a Auckland visité la zona de prostitución de la ciudad. Con frecuencia nos dicen que Nueva Zelanda es el patrón oro en lo que a comercio sexual se refiere. El Home Office Select Committee (su presidente, Keith Vaz, tuvo que dimitir tras ser acusado de haber pagado por tener sexo con hombres jóvenes) estaba intentando adoptar un modelo similar de despenalización para el Reino Unido.

En las calles conocí a Carol, que parecía tener setenta años pero era mucho más joven, y que utilizaba un andador para descansar entre cliente y cliente. Me dijo que desde que la prostitución había sido despenalizada trece años antes, nada había mejorado para las mujeres: los clientes seguían siendo violentos y a la policía no le importa, como tampoco a los defensores de los derechos humanos. Mientras las mujeres en todo el mundo luchan para que se acabe la violencia y el abuso, el Partido Laborista y Amnesty International, por nombrar dos organismos públicos, las traicionaban.

Cambiar de nombre a las cosas no cambia su naturaleza
El modo más eficaz de enmascarar un terrible abuso de los derechos humanos es cambiarle de nombre. Un estratega pro-esclavitud de las Indias Occidentales sugirió una vez que en lugar de hablar de "esclavos", los "negros" debían ser llamados "asistentes de las plantaciones". Así "no oiríamos esas protestas tan violentas contra el comercio de esclavos por parte de teólogos píos, poetisas de corazón tierno y políticos con poca visión de futuro". El término "trabajadora del sexo" tiene el lustre adecuado.

Fue Barack Obama quien dijo que el tráfico de personas debería ser renombrado como "esclavitud moderna" para poner en evidencia las terribles condiciones en las que viven estas personas. El Modern Slavery Act de Gran Bretaña fue aprobado en 2015. Se funda en la idea de que no hay lugar para la ambigüedad cuando examinas las circunstancias de las personas protegidas por esta ley: las condiciones en las que viven y su incapacidad para huir de ellas.

Lo mismo se aplica a la prostitución: no es "trabajo sexual". La mayoría del tiempo es esclavitud moderna.

Traducción de Helena Faccia Serrano.

Para ampliar el tema, pincha también este reportaje en ReL:



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