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sábado, 22 de julho de 2017

Recibió dos noticias casi a la vez, su embarazo y un cáncer de mama: ella reaccionó sin dudarlo

Su fe en Dios y el apoyo de su familia fueron fundamentales durante todo este tiempo


22 julio 2017


Julia Richards tiene 36 años, está casada desde el 2008 y su sueño de ser mamá no se cumplió tan rápido como ella esperaba. Afortunadamente, con el tiempo consiguió quedarse embarazada y empezar a cumplir su sueño. Con nueve hermanos en su familia esperaba, para ella también, una familia numerosa. Sin embargo todo se tambaleó cuando estando embarazada de su tercer hijo le descubrieron un cáncer de mama. Tuvo que elegir entre dos noticias contradictorias. Su objetivo era claro: lograr hacer convivir su embarazo con el cáncer. Lo cuenta la periodista Verónica De Martini, en el diario argentino La Nación.


En todo ello estuvo mi presente Dios: "Yo tengo mucha fe en Dios, mucho heredado y mucho porque yo misma me planteé si creía o no creía y elegí creer, por eso hablo de fe, y es algo que me sostuvo bastante".


Estuvo siempre atenta al cáncer de mama, hacerse controles de rutinas era algo habitual en ella, tuvieron cáncer de mama su madre y dos tías, una de ellas terminal. En septiembre del 2013 todo parecía estar bien: mamografía y ecografía mamaria mostraban buenos resultados. En enero de 2014 las dos rayitas del test de embarazo le aseguraban unas vacaciones llenas de felicidad. Pero ya desde el viaje en auto sintió una dureza en el borde de la axila izquierda, algo que Julia atribuyó a los típicos cambios hormonales que ocurren en la mujer desde el comienzo del embarazo; sin embargo, durante toda su estadía la molestia se hacía notar hasta sin que la tocara, con sólo estar acostada, y decidió que a su regreso sería bueno comentarlo con el obstetra.

Le mandaron a hacer una eco mamaria y luego ver a un especialista que indicó una punción; por suerte los ganglios al tacto estaban bien. A los días la llamaron del laboratorio para retirar los resultados, y porque nunca imaginó que sería una mala noticia fue con el cochecito y sus dos hijos para aprovechar y dar un paseo. "Abro el papel y leo: tumor maligno, metástasis; estaba con los chicos ahí y el mundo se detuvo, pero a la vez ¡estaba en la calle con los chicos! Creo que de haber estado sola me hubiese derrumbado, en ese momento no podía. Era como en las películas, que todo da vueltas y una escucha como si la gente estuviera lejos. Hay una visión social tan catastrófica de la enfermedad que la noticia es una bomba, pero cáncer no es igual muerte".


Esperó a hablar con el médico al día siguiente antes de contar la noticia a su marido y familia: "Así cuando lo decís lo haces con esperanza: tengo cáncer y hay tratamiento".

En la semana 17 pudieron realizar la operación y se encontraron con el peor escenario: los ganglios de la axila estaban tomados. El estudio patológico daba un 90% receptivo de progesterona, lo que significa que las hormonas del embarazo hacen que el cáncer avance más rápido que en una situación normal.

Mientras estaba internada se hizo la correspondiente eco de control donde se enteró el sexo de su bebe: esperaba una niña, su sueño se haría realidad. Julia estaba feliz con la noticia. Que en su cuerpo convivieran una nueva vida y una enfermedad por lo general asociada a la muerte, hacían que en ella la vida le ganara a la muerte. Saber que tenía una hija en su vientre le daba las fuerzas para seguir adelante, y así ella se repetía "concentrate en lo bueno y chau. ¿Cómo podía de repente estar tan positiva ante una noticia así? Creo que era porque una, embarazada, tiene una linda visión del mundo. Yo, que era quejosa, me sorprendí por mi propia reacción, no creía que aquella era yo, había algo ajeno a mí en la forma en que manejaba todo eso, pero estaba embarazada y anímica y psicológicamente me sentía bien, el cáncer era algo malo pero que llevaba mucha cosa buena alrededor, y no me daba miedo decir esa palabra".

Quimioterapia: una enseñanza de vida
Empezó con una quimio fuerte cada tres semanas durante casi tres meses, pero sin perder el foco en lo que en verdad le importaba: "Llevar un hijo a buen término es una tarea muy importante".

Muchas veces había soñado con verse rubia, y le pareció que era un buen momento para probar: se cortó el pelo cortito y se lo tiñó de rubio, si le quedaba mal no habría problemas ya que de todas maneras en unos días quedaría pelada fruto de la quimio. Era animarse a más. Pero lo que más le quedó de esa época fueron los buenos gestos de la gente a su alrededor: "Todos se turnaban para acompañarme en la quimio, cada día un lindo gesto de alguien me conmovía ¿Sería capaz de hacer lo que estas personas hacían por mí en el momento en que se enfermen? ¿En qué punto tengo que empezar a cambiar mi forma de ser? Yo antes estaba muy centrada en mi mundo, y siempre me sentía sobrepasada. Y hay gente que, si bien estaba igual, sintió que yo era más importante. Entonces entendí que tenía que salir un poco más de mí misma para ir hacia los demás. Con la maternidad una está mucho en casa y se compadece mucho y no se da cuenta de que hay gente a la que le pasan cosas. Todo eso me ayudó a reflexionar, mucho de lo que me pasó en la enfermedad me hizo pensar sobre la capacidad de la gente para ayudar y si yo haría lo mismo en esa situación".

Para continuar con el tratamiento primero debía nacer el bebé, algo que Julia junto a su obstetra trataron de estirar lo más que pudieron, mientras el cáncer avanzaba. Julia estaba convencida de que mientras más tiempo el bebé estuviera en su panza era mejor. Cuando salía de una ecografía y le informaban que el bebé pesaba ya un kilo pasaba por un supermercado, y al ver lo chico que era un kilo de carne pensaba que ella tenía que aguantar más, tenía que lograr que su bebé creciera protegido dentro de ella. Al fin lograron llegar a la semana 34 donde le indujeron el parto: lo ideal era un parto natural, ya que el post es más rápido y se podía continuar con su tratamiento. Pero no dilató y tuvieron que hacerle una cesárea. Helena, al nacer, debía pasar diez días en la neo del Mater Dei, nació bien de salud y hoy es una chica de dos años sonriente y feliz.


Luego de la cesárea a Julia le hicieron una tomografía computada que mostró que el cáncer no se había extendido y con eso toda la familia respiró aliviada. A los 10 días del parto comenzó una quimio -no tan fuerte como la inicial- una vez por semana durante 3 meses. La convivencia de un recién nacido junto con el tratamiento de la quimioterapia no era lo más fácil, pero gracias a la ayuda de su marido, familia, amigas y enfermeras pudieron sobrellevarla juntos. A sus hijos no les explicaron mucho, eran muy chicos para entender de una enfermedad que a veces hasta a los grandes nos cuesta explicarnos. Para ellos era un juego donde tenían que curar a mamá: coleccionaban las pulseras de la quimio que ella les traía de regalo y mimaban a su nueva hermanita. Julia nunca dejó que ellos que la vieran tirada en piyama o deprimida: quería que sus hijos la vieran bien y sonriente.

En noviembre le hicieron una eco y mamografía de rutina antes de pasar a los rayos y terminar con el tratamiento. Fue un nuevo balde de agua fría: el cáncer había pasado a la otra mama. Con compañía psiquiátrica Julia debió atravesar el mal escenario de una mastectomía. Y después sí, empezar con rayos todos los días durante dos meses. Al día de hoy sigue con controles e inyecciones que deberá aplicarse durante cinco años para no ovular: "Soy menopáusica, no tengo hormonas dando vueltas, y no sólo no tengo que estar embarazada para no tener hormonas dando vueltas sino que además no tengo que tener ninguna hormona como tiene una persona normal".

Valorar el día a día
La gente suele preguntarle a Julia qué momento le costaba más, suponiendo que era cuando estaba vomitando y con dolores físicos, pero ella n lo vivió así. "Para mí te cuesta más cuando, por ejemplo, estas en un casamiento re divertida, como me pasó a mi, con la beba nacida y con el tratamiento; estás bailando en un atardecer espectacular, en un lugar divino, mirando la naturaleza; la gente que está feliz y entonces te dan ganas de llorar, porque de repente empezás a valorar la vida de otra manera, la vida es espectacular y no querés irte de acá. El cáncer te hace ver todo diferente, y en cierta forma sos más feliz porque empezás a valorar y a reflexionar mucho. Si no hubiese pasado por el cáncer estaría quejándome de un bebé recién nacido y de lo poco que iba a dormir. A veces me pasaba que iba con los chicos a la plaza y me divertía y por ahí lo feo del cáncer es mirar a tus hijos y preguntarte de repente si estarás ahí cuando vayan a primer grado. El cáncer te hace estar muy consciente de los buenos momentos, tanto que a veces los vuelve muy frágiles. El cáncer te corta la proyección" Sin embargo, Julia está convencida de que hay que seguir proyectando, de que hay que disfrutar el día a día y no levantarse y pensar todo el día solo en la enfermedad.

Hoy agradece enormemente sentirse contenida por la gente a su alrededor, y considera que un pilar fundamental durante el tratamiento fue su fe en Dios: "Yo tengo mucha fe en Dios, mucho heredado y mucho porque yo misma me planteé si creía o no creía y elegí creer, por eso hablo de fe, y es algo que me sostuvo bastante. Porque si uno piensa en la vida después de la muerte y piensa que se va a encontrar con sus seres queridos, entonces la muerte es nada más que un paso y dejás de tenerle miedo. Vivís con mucha más paz un proceso que no se sabe si va a terminar en la muerte".


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