«Esta fundadora carmelita, que se abrazó gozosamente a la cruz, tuvo
como modelos a otros dos excelsos miembros de la Orden: Teresa de Jesús y
Juan de la Cruz. Su afán no fue otro que cumplir la voluntad de Dios a
cada instante»
(ZENIT – Madrid).- Por su reciedumbre
personal, espiritual y apostólica se han apreciado en María de las
Maravillas de Jesús Pidal y Chico de Guzmán rasgos que también
caracterizaron a la gran santa castellana, su fundadora y maestra,
Teresa de Jesús. Embebida en el amor a Dios y al prójimo tuvo siempre
claro que siendo fugaz la existencia, lo único que cabe es pensar en la
otra: «procurar agradar a Dios nuestro Señor y el juicio suyo; lo que únicamente vale es lo que seamos delante de nuestro Dios».
Nació en Madrid, España, el 4 de
noviembre de 1891. Pertenecía a una familia aristocrática muy religiosa.
Era la cuarta y última hija de los marqueses de Pidal. Su padre fue
sucesivamente ministro de Fomento y
embajador de España ante la Santa Sede; había actuado a favor de la
Iglesia distinguiéndose por sus iniciativas apostólicas. Y su madre,
igualmente comprometida eclesialmente, estaba emparentada con la más
alta nobleza, de modo que Maravillas recibió una excelente educación.
Pertrechada en la fe y finura espiritual que se respiraba en su hogar,
dio ejemplo de caridad tratando de paliar las graves carencias de gente
que no tenía medios económicos.
Sus modelos de vida eran dos grandes
santos: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, figuras señeras de la Orden
carmelita. Con la determinación a seguir sus pasos, sintiéndose
profundamente conmovida por el amor de Jesucristo y alentada por su
devoción a María, a los 21 años consagró su castidad en la intimidad.
Más tarde, el 12 de octubre de 1919 ingresó en el convento carmelita de
El Escorial; profesó en 1921. De su impronta apostólica –que emanó del
sagrario, ante el que oraba sin imponerse límite alguno–, surgió la
fundación del Carmelo en el Cerro de los Ángeles, lugar emblemático y
punto neurálgico del territorio español. Allí se había erigido el
monumento en honor del Sagrado Corazón de Jesús, y España fue consagrada
a él por el monarca Alfonso XIII el 30 de mayo de ese año.
Para iniciar su obra, la santa
contaba con la aprobación del prelado de Madrid-Alcalá. Con objeto de
ocuparse de los preparativos, se instaló en Getafe junto a otras
religiosas. En 1926 tuvo lugar la apertura del convento, y ella fue
elegida priora de la comunidad. Rápidamente fueron bendecidas con
numerosas vocaciones en las que entrevió un signo para continuar
extendiendo el Carmelo. Pero en 1936 estalló la Guerra Civil, y la
comunidad padeció numerosos sobresaltos.
Sin temer a la muerte, en un rasgo de
generosidad y valentía que brotaba de su fe, se había ofrecido
heroicamente a Pío XI para defender la imagen del Sagrado Corazón en el
caso de que se atentase contra ella. El pontífice aceptó su propuesta,
pero las monjas fueron detenidas y conducidas a Getafe. Luego, tras un
año largo de grandes zozobras soportadas en un piso madrileño, se vieron
obligadas a abandonar Madrid. En su recorrido llegaron a Lourdes y de
allí al territorio salmantino en 1937. El bellísimo paraje de las
Batuecas, entonces apartado e inhóspito, fue su morada hasta que en 1939
regresaron al Cerro de los Ángeles, debiendo restaurar la que había
sido su casa antes de la contienda. A lo largo de ese convulso periodo
Maravillas había dado testimonio de templanza y fortaleza, infundiendo
confianza y alegría en su derredor. Asentadas otra vez en el convento,
brotaron abundantemente las vocaciones y con ellas la anhelada expansión
apostólica que se hizo notar en varias provincias españolas y en la
India con la apertura de nuevas fundaciones, diez en total, emprendidas
por esta santa carmelita.
Espiritualmente fue una ejemplar
asceta y es considerada una gran mística. Al igual que el elenco de los
egregios hombres y mujeres que componen el santoral, la Madre Maravillas
vivió heroicamente las virtudes. Se caracterizó por su austeridad. Se
abrazo felizmente a la pobreza contribuyendo con su trabajo al
sostenimiento de la comunidad. Con los medios económicos que poseía,
entre otras acciones propició la creación de casas para personas sin
recursos, una iglesia y un colegio, costeó estudios a seminaristas, puso
en marcha una fundación destinada a religiosas enfermas, adquiriendo
también una vivienda para su alojamiento en el caso que fuera preciso,
etc. Muchas de estas iniciativas las impulsó dentro de la clausura del
convento salmantino de la Aldehuela, donde murió. A ella se debe la
existencia de la «Asociación de Santa Teresa» que aglutina a los
conventos que fundó.
Amable, discreta, paciente, confiada,
dadora de paz, vivía lejos de sí, entregada a la oración y a la
penitencia. Ejercitaba la caridad con todos, preocupándose por la más
mínima de sus necesidades. Gran apóstol, solía decir: «Me abraso en deseos de que las almas vayan a Dios».
La conciencia de su pequeñez, que le hacía considerarse «una nada
pecadora», da cuenta de su afán por la unión plena con Dios: «No quiero la vida más que para imitar lo más posible la de Cristo». Hasta el fin, como hizo en el proceso de su enfermedad, quiso cumplir la voluntad divina. Siempre había dicho a sus hijas: «Lo que Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera». Falleció mientras manifestaba: «¡Qué felicidad morir carmelita!»,
el 11 de diciembre de 1974. Fue beatificada por Juan Pablo II el 10 de
mayo de 1998, y canonizada por él, el 4 de mayo de 2003.
in
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