El Pontífice recordó que si no existiera la fe en el paraíso y la
vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía
de vida
El papa Francisco después de la oración del ángelus (CTV ©) |
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco
rezó este domingo desde su estudio que da a la plaza de San Pedro la
oración del ángelus. Allí a los miles de fieles le esperaban les
dirigió las siguientes palabras.
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días. A pocos días después de
la solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los fieles
difuntos, la liturgia de este domingo nos invita nuevamente a
reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos.
El Evangelio presenta a Jesús que se enfrenta con algunos saduceos,
los cuales no creían en la resurrección y concebían la relación con Dios
solamente en la dimensión de la vida terrena.
Y por lo tanto para poner en ridículo la resurrección y en dificultad
a Jesús le proponen un caso paradójico y absurdo: el de una mujer que
tuvo siete maridos, todos hermanos entre ellos y los cuales murieron uno
después del otro. Entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús es:
¿aquella mujer en la resurrección de quién será esposa?
Jesús no cae en la trampa y reitera la verdad de la resurrección
explicando que la existencia después de la muerte será diversa de
aquella en la tierra. Él hace entender a sus interlocutores que no es
posible aplicar las categorías de este memundo a las realidades que van
más allá y son más grandes de lo que vimos en esta vida. Dice de hecho:
“Los hijos de este mundo toman mujer y toman marido pero aquellos que
son juzgados dignos de la viga futura y la resurrección de los muertos,
no toman ni mujer ni marido”.
Con estas palabras Jesús quiere explicar que aquí en este mundo
vivimos realidades provisorias que terminan. En cambio en el más allá,
después de la resurrección, no tendremos más la muerte como holizonte y
viviremos todo, también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios,
de manera transfigurada.
También el matrimonio signo e instrumento del amor de Dios en este
mundo resplandecerá transformado en plena luz en la comunión gloriosa de
los santos en el paraíso.
Los “hijos del cielo y de la resurrección” no son unos poco
privilegiados, sino todos los hombres y todas las mujeres. Porque la
salvación traída por Jesús es para cada uno de nosotros. Y la vida de
los resucitados será similar a aquella de los ángeles, o sea toda
sumergida en la luz de Dios, toda dedicada a su alabanza, en una
eternidad llena de alegría y de paz.
Pero atención, la resurrección no es el hecho de resurgir después de
la muerte, sino un nuevo tipo de vida que ya podemos experimentar hoy;
es la victoria sobre la nada que ya podemos pregustar.
La resurrección es el fundamento de la fe cristiana. Si no existiera
la referencia al paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se
reduciría a una ética, a una filosofía de vida. En cambio el mensaje de
la fe cristiana viene desde el cielo, es revelado por Dios y va más allá
de este mundo.
Creer en la resurrección es escencial para que cada acto de nuestro
amor cristiano no sea efímero y finalizado a sí mismo, sino que se
vuelva una semilla destinada a brotar en el jardín y a producir frutos
de vida eterna.
La Virgen María, reina del cielo y de la tierra nos confirme en la
esperanza de la resurrección y nos ayude a hacer fructificar las obras
buenas y las palabras de su Hijo, sembradas en nuestros corazones”.
El Papa reza la oración del ángelus y después dice:
“Queridos hermanos y hermanas, en ocasión del actual Jubileo de los
Reclusos quiero dirigir un llamado para que sean mejoradas las
condiciones de vida en las cárceles en todo el mundo, para que sea
plenamente respetada la dignidad humana de los detenidos. Además deseo
reiterar la importancia de reflexionar sobre la necesidad de una
justicia penal que no sea exclusivamente punitiva, sino abierta a la
esperanza y a la perspectiva de reinsertar al reo en la sociedad.
De manera especial pongo a la consideración de las autoridades
civiles competentes la posibilidad de cumplir en este Año Santo de la
Misericordia, un acto de clemencia hacia aquellos presos que se
considerarán idóneos a beneficiarse de la medida.
Hace dos días atrás entró en vigor el Acuerdo de París sobre el clima
del planeta. Este importante paso adelante demuestra que la humanidad
tiene la capacidad para colaborar en proteger lo que ha sido creado y
poner la economía al servicio de las personas y construir la paz y la
justicia.
Mañana, además, en Marrakech, en Marruecos inicia una nueva
sesión de la Conferencia sobre el clima, finalizada además para la
actuación de tal acuerdo. Deseo que todo este proceso pueda ser guiado
por la conciencia de nuestra responsabilidad en la custodia de la casa
común.
Ayer en Scutari, Albania, fueron proclamados beatos 38 mártires: dos
obispos, numerosos sacerdotes y religiosos, un seminarista y algunos
laicos, víctimas de la durísima persecución del régimen ateo que dominó
por muchos años aquel país durante el siglo pasado.
Ellos prefirieron sufrir la cárcel, las torturas y también la muerte,
con tal de permanecer fieles a Cristo y a su Iglesia. Su ejemplo nos
ayude a encontrar en el Señor la fuerza que sostiene en los momentos de
dificultad y que inspira actitudes de bondad, perdón y paz.
Saludo a los peregrinos que han venido desde diversos países: las
familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular
saludo a los fieles de Sidney y de San Sebastián de los Reyes, al Centro
académico romano Fundación y a la Comunidad católica venezolana en
Italia; así como la los grupos de Adria-Rovigo, Mendrisio, Roccadaspide,
Nova Siri, Pomigliano D’Arco y Picerno. A todos les deseo un buen
domingo y por favor no se olviden de rezar por mi”.
Y concluyó “¡Buon pranzo e arrivederci!”.
in
Sem comentários:
Enviar um comentário