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sexta-feira, 17 de junho de 2016

Millones de bautizados sin evangelizar y sin formación: en Rusia exploran cómo responder a ese reto

Grupos pequeños, té y pastitas, amistad y peregrinaciones

Un sacerdote ortodoxo habla con unos catecúmenos novatos en Rusia... se ha bautizado mucho dando poca o nula formación
P.J.Ginés / ReL  6 junio 2016

Según las últimas estadísticas, sólo un 14% de la población de la Federación Rusa declara no creer en Dios. Más aún, las personas que especifican que viven una relación cercana con Dios (más en concreto, los que dicen que "esperan en Dios cada día") han pasado del 9% al 30%, desde que cayó la URSS

Al caer la Unión Soviética, millones de rusos adultos se bautizaron -sobre todo en la Iglesia Ortodoxa- en los años 90, y hubo otros que lo hicieron en los años siguientes. Sin embargo, no se les impartió formación ni catequesis. Pasados 25 años, la Iglesia Ortodoxa intenta replantearse cómo formar a sus laicos, al menos a los que muestran interés.

Hay que tener en cuenta que el ortodoxo ruso típico puede pasarse de vez en cuando a poner velas ante los iconos en las iglesias, pero son muy pocos los que acuden al culto cada domingo y menos aún los que se integran en servicios en la parroquia. En la Iglesia Ortodoxa rusa actual no existe nada parecido en tamaño y extensión a la enorme trama de cofradías y hermandades populares que hay en el catolicismo hispano, ni tampoco movimientos laicales grandes como pueden ser en ámbitos católicos Acción Católica, la Legión de María, Renovación Carismática, etc...

Los cursos de anuncio del evangelio de tipo kerigmático (de primer anuncio) como Cursos Alpha son escasos y de hecho, la misma idea de "misiones populares" o "hacer misión" y "ser misionero en Rusia" suena con un lenguaje que despierta suspicacias. "Lo de ser misionero suena como una mezcla de conquistador, cardenal y pirata", explica Fiodor Borodin, párroco de la iglesia de San Cosme y San Damián de Moscú, famosa siempre por sus iniciativas evangelizadoras.

Muchos celebran la fiesta del bautizo de Cristo pasando de nuevo por el agua helada
Borodin no usa las palabras "nueva evangelización", pero leyendo su exposición en Pravmir.ru, el portal de noticias de la Iglesia Ortodoxa rusa, queda claro que ese es el reto al que se enfrenta: evangelizar a los bautizados, lograr que pasen de "declararse ortodoxos" a conocer al Cristo vivo y vivirlo en comunidad. 

Para eso han desarrollado cursos que no hablan de "campanas y cúpulas", sino de Cristo, Dios, el Misterio y la salvación. Y que ayudan, con peregrinaciones, a crear comunidad en una sociedad muy individualista. Como en los Cursos Alpha, se les llama "Cursos" o "cursillos", y cada sesión incluye, tras la conferencia, una reunión con té y pastas para comentar el tema con libertad, dejar a la gente expresar sus dudas y opiniones, y conocerse creando amistades en grupos pequeños. En esas charlas con té y pastas, también como en Cursos Alpha, participan cristianos veteranos que enlazan con los novatos.

Hay que tener en cuenta que lo que explica Borodin es lo que se hace en una de las parroquias pioneras, más inquietas, activas y evangelizadoras de toda Rusia. No es algo generalizado, en absoluto, aunque a él le gustaría que algún día lo fuese. Lo traducimos de Pravmir.ru.  

Fiodor Borodin explica sus cursos para bautizados que no han sido relamente evangelizados
Protohiereo Fiodor Borodin: el Misionero es una mezcla de conquistador, cardenal y pirata
por Oxana Golovko, Pravmir.ru, 30 de mayo de 2016

¿Cómo ha de ser la práctica de las charlas para los catecúmenos? ¿Para quiénes son más importantes: para los que piensan en bautizarse o para los que ya han recibido el bautismo antes pero siguen sin saber qué significa ese misterio? El protohiereo Fiodor Borodin, párroco de la iglesia de San Cosme y Damián de Moscú, comparte su experiencia.

Cuando hace tres años introducimos unas charlas obligatorias para catecúmenos, vimos que mucha gente quiere aún más. Pero para la gente es muy complicado asistir a un cursillo que dure un año entero dedicándole dos o tres tardes por semana, como proponía la Universidad de San Tijon. Era necesaria una variante intermedia.

Y entonces comenzamos dos cursos de charlas más extensas para catecúmenos, uno, desde octubre hasta la Navidad y el otro, a partir de la Navidad y hasta la Pascua, que consisten más o menos de 12 charlas, una por semana, que se imparten por la tarde. Nosotros llamamos nuestro curso “Descubrimiento de la fe”.

¿Qué podemos decir a raíz de nuestros cinco años de práctica? Las personas sienten un gran interés que no disminuye. Eso se debe a que nosotros, los sacerdotes, habíamos bautizado a mucha gente sin ofrecerle catequesis alguna. En los años 90 no estábamos preparados. 


 
Además, la misma idea de la catequesis estaba muy dañada en los ojos de gran parte de la Iglesia Ortodoxa después de la polémica práctica catequética del sacerdote moscovita Georguiy Kochetkov. A pesar de su gran éxito entre los catecúmenos, en la Iglesia la misma palabra de “catequesis” llegó a ser peyorativa.

Pero no podemos desobedecer la orden dada por el Espíritu Santo. El Señor dijo: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles” (Mt. 28:19). Hay que enseñar a esas personas.

Mucha gente que en su momento fue bautizada por sacerdotes sin recibir enseñanzas, ni siquiera una corta charla catequética, hasta ahora están dando vueltas alrededor de la Iglesia, a sus puertas: muchos podrían entrar. A mi modo de ver, es un auditorio de millones de personas.

Las tres primeras promociones de nuestros cursos de catequesis eran justo 20 personas. Y la estadística siempre se repetía: entre los alumnos 19 eran bautizados y uno sin bautizar. Lo que quiere decir que entre 20 personas dispuestas a aprender algo de la fe, 19 habían sido bautizados sin enseñanza.

Son personas que aún están haciendo sus primeros pasos hacia el templo. No necesitan escuchar acerca de cúpulas o campanas, ni sobre la cultura nacida por la tradición cristiana ortodoxa en nuestro país.

Necesitan conocer la fe misma: que les hablen de la caída, de la salvación, del nuevo Adán, Cristo, del misterio de la Trinidad, de qué es la iglesia, qué es el misterio... todo lo que es la esencia de la fe.

Otra observación: son personas que en cierto modo ya se consideran parte de la Iglesia y para ellos las palabras “misión” o “misionero” tienen un matiz disuasorio. Ellos quieren obtener algo que es la fe de sus antepasados. Mientras que la palabra “misionero” es algo entre conquistador, cardenal y pirata, o sea tiene la connotación de fruto de un ambiente muy distinto, en una época histórica distinta, en otras condiciones y para otra gente.

Por eso, la palabra “misión” hay que olvidarla para tratar con ese auditorio. Recordando que la misión está en la misma naturaleza de la Iglesia y dejando esa palabra para nuestro uso interno, llamamos nuestro proyecto “Cursillos de enseñanza de la fe”. 

Papel del sacerdote
Yo creo que tales cursillos de la fe pueden organizarse en cada templo. Cualquier sacerdote después del seminario (aunque se haya estudiado por correspondencia) puede prepararse para hablar de su fe durante 15 sesiones.

Esos cursillos a los fieles los puede impartir un catequista, pero entonces los alumnos no entran del todo en la comunidad, en la Iglesia. Sería mejor que una gran parte del cursillo fuera impartida por un sacerdote. Porque a los ojos de nuestro auditorio el sacerdote es portador de lo eclesiástico, es un representante de la Iglesia, y la entrada en la Iglesia se realizaría de la mano con él a través del sacramento de la confesión y otros, siempre en contacto con un sacerdote. Es inevitable.

Nuestros alumnos han de ver y oír que el sacerdote es una persona normal, no de otro mundo, que se le puede hacer preguntas, que se le puede llevar la contraria, que él puede desconocer algo, que él está interesado y que imparte esos cursillos, por supuesto, gratis.

Todo eso es fundamental para luego poder ir a confesarse con él o a asistir a la liturgia que él celebra en el templo. Por eso si queremos que una gran parte de ese auditorio quede en la comunidad parroquial, el sacerdote, además del catequista, ha de participar en los cursillos.

Tomar el té y conocerse
Nos ha salido espontáneamente que cada encuentro se divide en dos partes. Primero se imparte una conferencia, que no es un lugar para polémica porque en ella se expone la doctrina de la Iglesia. Y luego pasamos a otra salita donde en una mesa redonda se toma el té y la gente se conoce (para lo que nos ponemos etiquetas con los nombres). Allí se discute, se pregunta, se pueden exponer objeciones, siempre en un tono amable y pacífico.

Y allí, en una conversación espontánea, entre iguales, nacen las amistades que luego se trasladan al ambiente parroquial.

En esas conversaciones es fundamental la participación de los laicos de la parroquia que conocen bien la comunidad y su vida y pueden ser el puente entre un novato que acaba de caer en la comunidad a través de los cursillos, entender qué es lo que más le atrae, lo que le interesa en la vida parroquial, además de la participación en los sacramentos, se entiende.

Redescubrir el bautismo
El colofón de nuestros cursillos es el bautizo de aquel único catecúmeno del grupo.

Primero se habla y se estudia todo lo relacionado con el sacramento del bautismo, se habla sobre las palabras, ideas, oraciones que lo componen. La mayoría de las personas no se acuerdan de su bautismo: o fueron bautizados de pequeños, o se bautizaron de tal manera que el sentido del sacramento lo pasaron por alto. Para una persona adulta es muy importante recordar y entender las palabras de ese gran sacramento.

Y en parte eso se complementa con la presencia en el sacramento comentado anteriormente en el cursillo que se imparte a un hermano o hermana, colega del cursillo. Y así la persona ya tomará de una manera muy distinta su lugar en la Iglesia.

En nuestra práctica catequética nos ayuda mucho una peregrinación o un viaje piadoso que acerca mucho a los miembros del cursillo los unos a los otros. Y así aparece una minicomunidad que luego confluye con la parroquial.

Es interesante que a estos cursillos asisten también cristianos que ya participan en los sacramentos en otra parroquia, pero que necesitan una mínima enseñanza sistemática. La iglesia no les está ofreciendo prácticamente nada.


 
Yo creo que esos cursos han de organizarse al menos en cada archiprestazgo. Y estoy convencido de que en ellos se reunirá gente que luego en su gran mayoría entrará en las comunidades parroquiales.

La seriedad de la vida cristiana
Además, esos cursillos suelen descubrir para las personas la seriedad de las exigencias de Jesús para con el hombre que quiere entrar en la Iglesia.

Hace un par de años tuvimos por alumno a un buen hombre de 40 años que deseaba ser bautizado. Y luego resultó que convivía con una mujer sin estar casados. Y yo tuve que proponerle elegir: o casarse o dejar a esa mujer, o dejar su propósito de bautizarse. Para él fue una decisión tremenda. Por desgracia, no pudo elegir el bautizo. Pero, al menos, esa persona supo qué clase de vida el Señor le estaba pidiendo y se puso a pensarlo.

Formados para evangelizar... y los usan de campaneros
Otro momento: en la reunión diocesana de la ciudad de Moscú, hace dos años, un profesor de la facultad de la misión de la Universidad de San Tijon, con amargura y dolor dijo que ellos estaban preparando a especialistas de alto nivel y luego las parroquias admiten a algunos de sus graduados a trabajar de campaneros o barrenderos, en el mejor de los casos. No tienen dónde aplicar sus habilidades y conocimientos.

Nadie sabe a ciencia cierta qué tiene que decir un “misionero parroquial”, a quién tiene que hablar, en qué se diferencia del catequista y cómo repartir sus obligaciones. Estos cursillos podrían impartirlos estos misioneros preparados: son necesarios sus habilidades, conocimientos y experiencia. Y, lo que es muy importante, esos cursillos podrían abrir a mucha gente la belleza de la vida de la Iglesia. A la gente que ya está en el umbral pero no se atreve a entrar.
 
En su famoso libro “Prado espiritual”, el monje sirio Juan Mosco cuenta que una vez los monjes llevaron ante abba Sergio, ermitaño, a un novicio, para que le enseñara; aquel novicio iba llevando varios años compartiendo la vida monacal con los hermanos. Y abba Sergio que poseía el don de conocimiento, supo que aquel novicio no estaba bautizado. Luego el autor del relato dice: “Al haberle enseñado, le hemos bautizado”. O sea, aquella persona ya estaba viviendo en el monasterio, obedecía las órdenes como todo monje, participaba en las liturgias pero no sabía si estaba o no bautizado. Sin embargo, los monjes ermitaños primero le catequizan y sólo después le bautizan. En esa historia vemos qué importancia se daba en la Iglesia antigua a la preparación catequética al bautismo.

(Traducción del ruso para ReL por Tatiana Fedótova)

Sobre esta línea de "evangelizar a los bautizados" lea también: «Si todo es Nueva Evangelización, entonces nada lo es», de Pepe Prado (www.evangelizacion.com)


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