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terça-feira, 10 de maio de 2016

El padre Aldo ya es papá... de niños enfermos crónicos: él ve belleza donde otros sólo ven horror

1.300 de sus pacientes ya murieron... él aprende de ellos

Da gracias a la Virgen de la salud por poder besar la frente de los enfermos
ReL  9 mayo 2016

Aldo Trento es un misionero italiano en Paraguay desde hace 27 años. (Ya contamos en ReL su conversión desde la extrema izquierda política a una fe transformadora por Cristo).

En su juventud pasó 15 años luchando contra la depresión, y experimentó dudas fuertes sobre su vocación. Acompañado por otros sacerdotes, acogido con paciencia por Luigi Giussani, el sacerdote fundador de Comunión y Liberación, encontró fuerza al aceptar su pequeñez y al dejar que Dios tomase las riendas de su vida.

Aprendió a ver a Dios en los más pequeños, pobres y enfermos. Fruto de esa vivencia nacieron sus obras. Hoy trabaja mucho con enfermos terminales, especialmente con niños. Ha creado un centro para enfermos crónicos y terminales, un asilo, una escuela, una granja para enfermos de sida, un servicio de donantes de sangre y un banco de alimentos.

En Paraguay ha recibido numerosos premios por su labor humanitaria.  En ocasiones el Padre escribe en la revista Tempi.it testimonios como este sobre su "experiencia como papá" tras adoptar a Aldo y ser tutor de Lidia, que traducimos del italiano:

El don del amor
Todos los días soy testigo de las contradicciones que vive la libertad humana. Por una parte, madres que donan la propia vida a sus hijos; por la otra, todo lo contrario, madres que abortan o que no quieren saber nada del hijo que acaban de alumbrar. No es automático amar a los propios hijos.

Tras tantos años de compartir la vida con estas contradicciones, tengo muy claro que amar es un don, que ser padres no coincide con traer al mundo a un hijo, sino que es comunicar con la misma existencia el significado, el destino de la vida.


 
Hoy he vivido una experiencia muy bella de paternidad. Lidia, una joven minusválida con una historia de violencias inauditas de las que ha nacido un hermoso niño, ha cumplido dieciocho años, por lo que ya es mayor de edad y no está obligada a permanecer con nosotros.

Pero, ¿qué podemos hacer? ¿Dónde podemos enviarla? El juez me ha llamado y me ha preguntado: «Padre, ¿estaría dispuesto a asumir el deber de ser el tutor de Lidia para toda la vida?». Sin pensarlo dos veces he respondido «sí».

Así, ahora soy, según la ley de los hombres, padre adoptivo de Aldo y tutor de Lidia. Dos bellísimas hostias blancas. Aldo ha crecido mucho en estos años, sobre todo en sus deformaciones. Mientras que Lidia, en los dos años que ha transcurrido con nosotros, gracias a la “cariñoterapia” no sólo ha llevado su embarazo hasta el final dando a luz a un hermoso niño, sino que está aprendiendo a moverse en la silla de ruedas yendo al baño y a la cama sin la ayuda de nadie.

Para ella, el hecho de que yo sea su tutor no ha cambiado nada en su vida, pero para mí es una gran ayuda para poder mirar la positividad de todo.

La belleza en lo que se ve como horror

Otro ejemplo de lo que significa amar, de qué quiere decir ser madre, lo veo todos los días en la clínica donde, desde hace muchos meses, dos mujeres viven las 24 horas al día junto a sus hijos. No conseguimos que la más anciana de las dos salga de la habitación donde está ingresado su hijo. Se mueve sólo para ir la baño.

En la primera planta, en cambio, hay un ala llena de niños enfermos y solos. Y, sin embargo, hay momentos durante el día en que se comunican entre ellos riéndose a mandíbula batiente. El compañero de habitación de mi hijo Aldo se llama Mario. Tienen un modo extraño de "hablar" entre ellos: unas veces gritan, otras se ríen. Si mi hijo llora, Mario también llora.


 
Para el mundo son pequeños monstruos y me duele cuando incluso personas consagradas a Dios miran a Aldo desde la puerta sin acercarse a su cama y darle una caricia. Doy gracias a Dios por haberme dado un corazón de carne capaz de abrazar a todos los que son mirados por los ojos del mundo como pequeños monstruos. ¿Quién es, más que estas hostias blancas, la presencia tierna y amorosa de Jesús?

El acompañamiento en la enfermedad
Cada día, cuando me acerco a ellos toco con una mano sus cabezas y después me santiguo. Durante muchos años, antes de que el Buen Dios me regalara esta espondilitis, me arrodillaba delante de cada enfermo. Hoy doy gracias a la Virgen de la salud porque aún me concede las fuerzas para besar la frente de algunos enfermos. ¡Qué alegría cuando, después de bendecirles con el Ostensorio, me preguntan cómo estoy y añaden «ánimo padre!».


Estando con ellos siento que no sólo les pertenezco por mis condiciones físicas, sino porque llevamos en nuestro cuerpo los clavos con los que hemos fijado Su cuerpo en la cruz. ¡Sin vivir este dolor es imposible decirle a una persona «ánimo!».

Alguno me dirá: «Pero entonces, ¿tenemos que pasar cada día por las horcas caudinas para entender qué significa amar?». Por las horcas caudinas no lo sé, pero ciertamente tenemos que recorrer el camino que lleva a la cruz donde nos espera Jesús. «Quien quiera seguirme, que tome su cruz y me siga… mi yugo es suave y mi carga liviana».

De los 1.870 pacientes que han pasado por la clínica en estos doce años, 1.304 han muerto y más de un enfermo de SIDA me ha dicho: «Doy gracias a esta enfermedad porque me ha permitido encontrar a Jesús».


 
Muchos lectores no creerán que existen pacientes tan libres hasta el punto de reconocer en la enfermedad terminal un don de Jesús que ha permitido que ellos le encontraran. Pero si uno reconoce que el fin de la vida es el encuentro con Jesús, entonces cada situación, cada circunstancia, se convierte en un trampolín que permite que nos lancemos entre Sus brazos.

(Traducción del italiano de Tempi.it por Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)


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